domingo, 27 de enero de 2013

Básicamente


En el armario de toda mujer hay un pantalón negro, unos vaqueros, una camiseta blanca y el vestido de salir por la noche que no importa repetir. Unas botas altas y unos tacones que duele sólo de verlos, pero son tan bonitos que fue imposible resistirse. Un bolso bueno, heredado y de piel, la bufanda que va con todo y la cazadora vaquera tan socorrida, que abriga tanto como la de cuero negra que queda tan bien con ese jersey que hizo tu madre hace años, y ahora rescataste del baúl de los recuerdos.

No hablemos de los pendientes que fueron de alguna tía abuela y que ahora te pertenecen, que quizás tienen tanto valor económico como sentimental (o no), y que pocas veces salen a relucir, por miedo a perder uno y dejar al otro desamparado. Como esos calcetines solteros que viven en el cajón esperando otra oportunidad. Al igual que el vestido de fin de año que te pusiste una noche.

Otra cosa que no falla, pero que no suele encontrarse en nuestros armarios, es el lápiz de ojos negro que va de bolso en bolso, de neceser en neceser y que se acaba perdiendo con tantos viajes. Perdida como cuando llegas a casa después de salir toda la noche y te miras en el espejo. Esa cara demacrada que te devuelve la mirada eres tú pidiendo a gritos una toallita desmaquilladora que borre el rastro de rímel que tienes a modo de ojeras de mapache.

Por la mañana amaneces con la pesadez de los excesos por todo el cuerpo y la almohada llena de manchas negras, restos del maquillaje que horas antes te hacían verte bien, y ahora son sólo pegotes desafortunados. Desde la cama y en medio de las sombras por la persiana mal cerrada, llegas a vislumbrar el bolso abierto encima de la mesa, los zapatos tirados en medio de la habitación con los que tropezarás nada más levantarte, y la ropa encima de la silla. Todo aparentemente en orden.

No sabes a qué darle prioridad, al dolor de cabeza, al de pies o al malestar de estómago, que seguramente remita con el primer bocado una vez sentada en la mesa. Lo del pelo no tiene remedio, ducha de media hora bajo agua hirviendo, un poco de crema hidratante para la cara, que parece que recupera su color y una siesta revitalizante antes de volver a ser persona.

Digamos que son los básicos.


miércoles, 23 de enero de 2013

Más feliz que una perdiz

Estos días se me han pasado rapidísimo, es lo que tiene estar ocupada, que pasa el tiempo sin que te des cuenta. Parece que todos los planes que tengo por el momento me están saliendo bien, no he podido empezar mejor el año.

Las novedades más destacables de estos días son que me he hecho voluntaria de la Cruz Roja y que me han dado las prácticas que yo quería. ¡Y encima con Tere y Paula! Cuando salió ayer la lista no podía creérmelo. Estaba en el despacho de mi tutora hablando con ella del trabajo de fin de grado en Pontevedra, cuando salí y cogí el móvil para preguntarle a alguna de mis amigas si andaban por la facultad. En el grupo de whatsapp que tengo con ellas ya habían empezado a hablar de las plazas asignadas, porque el coordinador ya había mandado el correo con la resolución.

Cuando Mar nos dijo a mí y a Paula que nos habían dado BAP&Conde me quedé flipando. Tenía dudas y no estaba muy convencida de que me fueran a dar mi primera opción. Solísima como estaba en ese momento, y sonriéndole al móvil como una imbécil, no podía emocionarme a gusto y bajé corriendo a la copistería donde me encontraría con una amiga. Llamé a mi madre para darle la noticia y entre unas cosas y otras ya teníamos que entrar en clase.

Os cuento un poco de Paula para situaros, ella es una de mis mejores amigas de la carrera desde que la empecé en Pontevedra en el 2009, vivimos juntas en la resi dos años, y el año pasado se fue de erasmus a Italia con Mar Roca y Pintos, a quienes fui a ver en junio. Y Tere estáis todos al tanto de quien es. Así que os podéis imaginar lo contenta que estoy, una plaza en la agencia que quería y con dos buenas amigas.

La agencia en cuestión se llama BAP&Conde, como ya he adelantado, y nosotras vamos a hacer las prácticas en la de Coruña, pero también tienen en Madrid, que es a donde se va mi amiga Pintos. Tienen bastantes cuentas grandes como por ejemplo, Pizza Móvil, Banco Pastor o Amstel y en Galicia la Xunta, Caixa Galicia (cuando se llamaba así) y Gadis. Es la agencia que ha hecho los famosos anuncios de "vivamos como galegos", que a mí personalmente, me encantan y me emocionan, como supongo que a todos los gallegos que nos enorgullecemos de serlo.

Dejo aquí uno de los anuncios que más me gustan, por si no sabéis de qué va esto que os cuento.


El tema del voluntariado lo llevaba pensando bastante tiempo, y al final viendo que este cuatrimestre va a ser "light" (o eso pensaba yo, ingenua de mí), me he decidido a colaborar. Mi madre me insistía desde que cumplí los 18, que ella lleva años siendo voluntaria, y al final fui yo la que le insistí a ella para que me llevase a hablar con la chica que lleva todo esto. 

El martes que viene empiezo, tengo muchas ganas la verdad, así que ya iré contando qué tal me va y lo que haré, que de momento me tiene buena pinta, ya que participaré en un proyecto de comunicación que empieza en febrero. Así que encima me servirá también para lo mío.

Estos días estoy viendo muchísimas películas, aprovechando las horas "muertas", como trayectos en tren o esas horas que siempre tienes después de comer o antes de dormir. Me he propuesto aumentar mi cultura y ver (como mínimo) dos a la semana, y por lo menos leer un libro al mes. He empezado un libro contundente: el Señor de los Anillos, que mi madre tiene la trilogía, y aunque las películas me gustaron, el libro me parece un coñazo, y mira que lo intento... pero se va a quedar en la estantería donde lo rescaté.

Mi afición cinéfila me llevó el domingo al cine de Las Cancelas a ver el Hobbit, que a pesar de no haberme leído el libro y no saber mucho del tema Tolkien, me gustó. Supongo que también influye que me pusieron en antecedentes antes de verla, por lo que no se me hizo pesada ni aburrida, todo lo contrario. Al ser de las últimas semanas que esta peli está en cartelera, la sala estaba vacía, apenas 10 personas. Puede que repita visita para ver la última de Tarantino, Django, eso si alguien me acompaña, sino la veré en casa este finde.

Por el resto, todo bien, el martes pasado me hice la foto de la orla y tuve reencuentro pontevedrés con la gente de clase y muchas de mis amigas, con las que comí y pasé toda la tarde, y ayer más de lo mismo. Además he ido al gimnasio, he quedado con amigos que aún no había visto, he ido de compras, he salido de fiesta y he acabado todos los trabajos de la uni francesa. Esta semana mis amigas de Santiago acaban los exámenes, por lo que volveré a verles las caras, que ya las echo de menos.

Con esto me despido hasta la próxima. Besos!

miércoles, 16 de enero de 2013

Si las miradas matasen…


Vas caminando por la calle y te cruzas con todo tipo de gente, no sabes lo que van pensando. Puede ser que a esa chica que pasa y te roza un poco el brazo, le hayan dado una buena noticia, o haya suspendido el examen de conducir, o quizás lo único que le ocurre es que está cansada. A lo mejor el señor que se sube despacio al autobús acaba de recuperarse de una enfermedad, o le han dicho que tiene que volver a operarse. A la mujer que va cargada con las bolsas de la compra la van a echar del trabajo, o le han subido el sueldo y lleva un cargamento para celebrarlo.

No se pueden hacer más que conjeturas sobre lo que piensa o no piensa la persona que va caminando en dirección opuesta a la tuya, con la que cruzas la mirada por casualidad. Eso sí, no hay nada que diga más sin hablar que los ojos. La mirada es el espejo en el que se refleja la alegría, el cansancio, la angustia, la vitalidad, la preocupación o los nervios. Podemos sacar un poco de información con una mirada, porque pensad, es muy difícil “poner mirada de”, puedes estar sonriendo para una foto, que si por dentro estás roto, los ojos no van a brillar de la misma forma. No se puede disimular una mirada, porque, intentadlo, poner esa cara de interesantes que hacéis siempre de tontería con vuestros amigos, a lo mejor cuando os veis en el espejo, parecéis cualquier cosa menos lo interesante que imaginabais.

Además de cruzarte con las miradas de todo aquel que pasa por tu lado de manera casual y preguntarte qué le pasará para que tenga esa expresión en la cara, ¿alguna vez has pensado eso de por qué tienes que ser siempre tú el que se aparta para dejar pasar al otro? Seguramente sí, igual que no entiendes a aquellos que van con su enorme paraguas por debajo de la cornisa, ocupando el único espacio para los que se van mojando como tú. Y puede que también te hayas propuesto alguna vez eso de “pues ahora no voy a dejar pasar a nadie” y acabarías apartándote porque siempre hay una señora más cabezona que tú, y si ella ha decidido que va a pasar y tú te vas a apartar, eso será lo que ocurra.

Lo mismo que sucede con esos que no te dejan pasar, también pasa con las miradas. Parece que mirarse a los ojos es algo prohibido o una especie de ataque silencioso. Como si temiésemos que alguien anónimo que te mantiene la mirada, pudiese entrar en tu cabeza y conocer todos tus secretos, como si le dejásemos nuestros pensamientos en una bandeja, para que pudiera escoger y llevárselos a cualquier parte, y así dejarnos expuestos al mundo.

He hecho la prueba caminando por la calle, y llega un punto en el que el momento se hace tan incómodo y tan eterno, que es imposible no bajar la cabeza. Me ha sorprendido ser yo la que “gana” siempre en este tipo de juego absurdo que todos hemos hecho alguna vez; u ocurre un empate cuando dejo de mirar porque nuestros caminos son opuestos, y no voy a girarme completamente para continuar con la bobada del momento. Aunque no es la primera vez que me doy la vuelta y me sorprendo con la otra persona mirándome todavía.

Es como un vínculo con los desconocidos que tienen esa "valentía" de dejar sus ojos abiertos al mundo, a toda mirada desconocida que atraviesa sin pedir permiso. Pero esto es la excepción porque da igual dónde, cuándo y por qué: sentados uno enfrente del otro en el tren, en el ascensor o en la cola de una tienda. Evitamos el contacto visual con desconocidos, y cuando hay uno que te está mirando nos sentimos hasta ofendidos, ¿pero qué estará mirando? ¿tendré algo en la cara?. Si la mirada proviene del sexo contrario y las edades están más o menos equiparadas, el jueguecito de miradas se hace un poco menos violento (o más, depende), pero por regla general uno mira, y cuando éste gira la cabeza para el otro lado, es el turno del otro. Si no nos sentimos observados es cuando nos gusta a nosotros observar.

Nos sentimos más seguros sin mirar a los ojos a esa persona desconocida que está enfrente, como inquisidora, protegidos ante nuestro propio aislamiento, como si por cruzar un segundo la mirada nos fuese a pasar algo. Ante la soledad del viajero solitario y con el amparo de la música que sale por los auriculares, tenemos vía libre para mirar, pero nunca para que nos miren.

Los únicos que te dan permiso para que los mires y te devuelven la mirada, con completa inocencia, son los niños. Incluso te puedes permitir el lujo de sonreírles, que nadie va a pensar mal, te contestarán haciendo lo mismo, y si tienes todavía más suerte, la tontería puede durar unos minutos, seguro que de repente te ves sacando la lengua para hacer reír al niño que va sentado en su silla, y que su madre ha colocado estratégicamente enfrente de ti en el metro.

La mirada directa a los ojos, la que se clava como un puñal, está otorgada para aquellos que te conocen o se han ganado el privilegio de conocerla. Con los que no hay competición por ver quien aparta la vista antes, porque directamente ésta no existe. Los que de verdad te conocen tienen el poder de colarse a través de tus ojos para descubrir lo que está en tu cabeza.

Y si las miradas matasen…

lunes, 14 de enero de 2013

Galician road


¡He recuperado mi identidad y vuelvo a tener móvil! La identidad, por suerte, no la había perdido nunca, pero ahora tengo esa tarjetita de plástico que acredita que soy quien digo ser, es decir, tengo un bonito dni otra vez en mi cartera y ya no tengo que enseñar una fotocopia cada vez que pago algo con tarjeta. Y el móvil, pues bueno, para haber costado 0€ está muy bien.

La mañana que fui a hacerme el dichoso carnet de identidad a la comisaría de Santiago, aproveché para hacerme el pasaporte también, todo sea por el “por si acaso”, que la verdad no tengo planeado ningún viaje a otro continente (ojalá lo tuviera). Me dio muchísima pena renovarlo porque lo tenía sellado en dos páginas y ahora lo tengo vacío, como si no me hubiera movido de mi casita.

En fin, que me dejé allí una buena pasta sobre la mesa, y el funcionario que me atendió me dijo amablemente “vaya, veo que te habías sacado el dni en septiembre”, pues sí señor, me lo había hecho en septiembre y vuelvo en enero porque he decidido levantar el país pagando los 10 euros con 40 céntimos que cuesta este documento, como soy publicista (seré) me ha parecido una manera muy original de contribuir a las arcas del estado, y nada, aquí estoy de nuevo, apoquinando para ayudar con mi modesta pero reiterativa contribución, porque yo lo valgo, como L’Orèal. Obviamente no le dije eso, pero me dio tiempo a pensarlo y a que mi cara le transmitiese un poco de lo que pasaba por mi cabeza, ya sabéis que cuando quiero puedo ser borde como yo sola.

Con mis dos documentos nuevos en el bolso y después del madrugón, fuimos a desayunar al bar de enfrente para espabilar un poco; digo fuimos porque mi prima Marta se solidarizó con mi causa y me acompañó para hacerse el pasaporte ella también. El plan del día era irnos a Ézaro. A las 13:30 salía Sara de clase (mi otra prima) y nos íbamos las 3 en amor y compañía a hacer un poco de turismo pola terriña. Que la verdad, me da un poco de vergüenza no conocer sitios tan bonitos como es Ézaro (por decir uno de los mil que hay) y que están aquí al lado.

Desde aquí reivindico el turismo de “ida y vuelta” a sitios cercanos de Galicia, que los tenemos tan a mano que nos olvidamos de ellos. Como dato, y para que veáis la gravedad del asunto, la primera vez que pisé la catedral de Santiago (sí, la ciudad en la que vivo) fue cuando el colegio nos llevó allí porque era año santo, yo era muy pequeña, pero bueno, que mis padres jamás me habían llevado a conocer el interior de una de las catedrales más conocidas de España. ¿Por qué? porque como está aquí, y siempre estará, se le quita importancia, y al final esto es lo que pasa. Una vergüenza, que a ver, realmente no es culpa de nadie, yo era un moco que no levantaba ni medio palmo y mis padres la tienen tan vista que dieron por hecho que yo también, pero vamos, que a las pruebas me remito.

Para los que no sabéis dónde está Ézaro o es la primera vez que escucháis este nombre, os cuento un poco, o mejor, os pego aquí información de Turismo de Galicia, que controlan más del tema que yo:

Ézaro es un pequeño pueblo de la Costa da Morte, pertenece al Concello de Dumbria, y situado a poca distancia del pueblo del Pindo. En Ézaro se encuentra uno de los espectáculos naturales que podemos disfrutar en Galicia, el río Xallas es el único río de Europa que desemboca en cascada.


Desde el mirador además de divisar la cascada podemos ver el cabo de Finisterre y también contemplar el pueblo de Ézaro y su playa; al frente, la mole granítica del Monte do Pindo y el Monte Peñafiel. Se observa además la pared de la presa de Santa Uxía, que retiene las aguas del Xallas.


El sitio tiene todo lo necesario para que la visita sea de carácter obligatorio, por lo que después de recoger a Sara, nos pusimos en camino. Por ponerle un poco de emoción al viaje, Marta decidió no repostar hasta que estuviéramos enfiladas en la autovía, ya que había gasolina para 80 kilómetros, y de Santiago a Ézaro hay aproximadamente esa distancia. Ella de conductora, Sara detrás y yo de copiloto, que no soy de gran ayuda porque la verdad es que no me entero de nada, como no tengo el carnet de conducir (próximamente) eso de las carreteras, direcciones y demás no lo tengo muy controlado… total, que no hacía ni 500 metros que habíamos dejado atrás Compostela y de repente al coche se le da por acojonarnos, de 80 había pasado a 50 kilómetros, y bajando, cuando no habíamos recorrido esa distancia.

Por la autovía y ni rastro de una gasolinera, y a mí no me sonaba haber visto ninguna por allí. Marta no sabía si reír o llorar, se le veía en la cara. Apagamos la radio, quitamos el cargador del móvil y ella el pie del acelerador. 50, 40, 30, 25… ¿¿25 kilómetros?? Ya nos veíamos las 3 paradas en el arcén con los triángulos y toda la pesca, vamos, un comienzo de viaje cojonudo. Mi prima Sara está estudiando un curso de azafata de vuelo, y había salido de la escuela con el uniforme puesto, pañuelito y chapa incluida, por lo que Marta y yo nos partíamos, ya teníamos quien señalizase toda la maniobra como una profesional.

Cuando la cosa parecía que se estaba poniendo peor, llegaron las cuestas abajo y  empezaron a subir los kilómetros, acabamos con 70, y con el susto en el cuerpo. Cuando llegamos a la gasolinera salimos del coche para besar el suelo y abrazar al gasolinero de ese pueblo perdido al borde de una carretera secundaria, ¡pero qué alivio! Yo antes de llegar al paraíso en forma de gasolinera Galp sólo le decía a Marta “venga no me j**** con la suerte que tienes y lo positiva que eres esto no nos puede estar pasando” y de repente empezaron a aumentar los kilómetros. “¡Marta eres como Jesucristo! En vez de multiplicar los panes y los peces multiplicas gasolina! ¡Eres como un pozo de petróleo andante! ¡Vamos a ser ricas!” Estas tonterías las decía antes de llegar a la gasolinera, para que la mujer se animase un poco y quitarle hierro al asunto.

Después de llenar el depósito con este líquido tan preciado y de que Sara cambiase su uniforme de azafata por ropa normal, seguimos con nuestro camino. La señorita del gps nos llevó por las carreteras mas estrechas y perdidas que había, pero bueno, hay que conocer mundo, no? Aunque el plan era ir por la costa... al ir por el interior, cada vez que veíamos a algún paisano, pitábamos y nos saludaban todos contentos levantando lo que llevasen en la mano (siempre llevan algo, no falla). Todo verde y envolvente, Galicia calidade. 

Hice un vídeo para que se vieran las carreteritas por las que íbamos, al no tener nada con lo que sujetar el móvil, parece que tengo parkinson, pero no, tranquilos todos, es por el movimiento del coche.



Cuando llegamos al mirador de Ézaro no había nadie. Ningún coche aparcado, ni rastro de civilización. Sólo se escuchaba nada. Nos asomamos al paisaje que teníamos en frente; era increíblemente sobrecogedor. Había merecido la pena el susto, la recompensa dejaba al margen el percance gasolinero. Yo no sabía a qué hacerle fotos, lo veía todo tan grande y tan impresionante que cualquier disparo que hacía me parecía una basura. Las fotos que hice no me convencen demasiado, porque no cabe en una sola imagen la impresión que allí se vive y se ve. Las fotos que tengo son bonitas gracias a escenario donde están hechas.

Tan azul y tan verde que parece que no pueden existir otros colores sobre el horizonte. En sitios como el mirador de Ézaro te das cuenta de lo bonito que es Galicia, la paz del mar y el olor del aire que se respiran aquí no los hay en ningún otro sitio. Las tres solas ante el vacío de la grandeza más absoluta nos quedamos unos segundos en silencio, no había nada que decir.

Volvimos al coche y bajamos para ver la cascada. A mí personalmente me parecía mucho más espectacular en las fotos que había visto, pero aún así, es digna de ver. Estuvimos un rato por allí, cuando me di cuenta era yo la única que seguía haciendo fotos. Marta y Sara ya estaban sentadas en el coche, por lo que le puse la tapa a mi cámara y volví a ocupar el asiento de copiloto. De la cascada nos fuimos a comer a Cee, un pueblo que está al lado, ya que pasaba bastante de la hora de comer y las tripas se resentían. Cuando dimos por finalizada la visita nos pusimos en marcha y volvimos a Santiago, con una parada previa en el Corte Inglés antes de volver a casa.

Ahora que estaremos las tres en Galicia, estos “viajes de ida y vuelta” serán mucho más frecuentes (o eso espero). Así podré presumir todavía más del encanto de Galicia, pero con conocimiento de causa. Seguro que a muchos de los que me estáis leyendo os pasa lo mismo. Nos vamos fuera para ver cosas nuevas sin conocer las que tenemos aquí. No voy a negar que si me proponen ahora un viaje a Moscú yo no diré “ah no no, primero vamos a Foz que me han dicho que es precioso”. No llegaré a esos extremos, pero sí tengo más curiosidad que antes por saber todo lo que me estoy perdiendo cerca de mi casa.

Como siempre, y para no perder las costumbres, os dejo unas fotos que ilustran mis palabras, que yo tengo la firme opinión de que “una imagen vale más que mil palabras”. Juzgad vosotros mismos.



















































Hacía muchísimo viento y bastante frío, por lo que yo decidí ponerme manoplas y mi socorrido y calentito abrigo de "granjera busca esposo", como lo llamó mi amiga Eukene la primera vez que me lo puse en Tarragona. El día engañaba bastante, porque hacía sol, pero el aire estaba congelado. No estuvimos todo el tiempo que nos gustaría en el mirador por esta razón, dentro del coche al menos teníamos la nariz a una temperatura normal. Estuvo bien el día la verdad; yo me he quedado con las ganas de ir a la playa de las Catedrales, o alguna otra playa paradisíaca que tenemos por aquí.

Estas semanas han sido de lo más normalitas, mis amigos están todos encerrados en la biblioteca estudiando, y yo soy la única afortunada que no tiene exámenes. Aunque más que suertuda me siento una pringada. Con la gente ocupada mis planes se limitan a horarios de descanso y poco más. 

Se acabaron las navidades y llegaron las rebajas, cita que no me perdía nunca, salvo este año, que mi fiel compañera del primer día pidió la baja por tener que estudiar. Creo que desde que tengo uso de razón empezaba las rebajas con Cris (Pazos), ya tenemos la técnica pillada, ir con falda y de medias para no tener que entrar al probador a probarse nada, con bailarinas para no tener que atar y desatar cordones molestos y bolso grande para meter las bolsas pequeñas, y mientras una hace la larga y eterna cola, la otra rebusca gangas. Pero nada, este año ha muerto una tradición.

Antes de que mis amigas volvieran a sus respectivas ciudades universitarias o destinos erasmus, dando por finalizadas las vacaciones, quedamos todas para darnos los regalos del amigo invisible, entrañable tradición instaurada el año pasado; ya que nunca nos regalamos nada (somos así de cutres, para que luego se lleven la fama los catalanes) y la navidad es una fecha muy factible. Después de todas las navidades viendo a mis amigas por fascículos, el día del intercambio de regalos fue el más multitudinario, seguido por el de fin de año en casa de Ana para la foto de rigor (que para estar hecha con el iPhone 5 de la susodicha, es bastante mala).


Amigo invisible: yo, Laro, Natalia, Leti, Inés, Pereira, Pazos, Albi, Pintos, Sara, Nere y Bea

Fin de año: Inés, Leti, Belén, Laro, Mateo, Nere, Sara, Pazos, yo, Pintos, Ana y Pereira

La cosa estuvo bastante calmada en navidad por el tema de los exámenes que yo no tengo, la mayoría salimos en fin de año y unas cuantas en Reyes, que a mí por lo menos me parece mucho mejor noche para salir que la del último día del año, menos multitudinaria y al final te lo acabas pasando mejor. Ambas estuvieron muy bien, la verdad que yo no tengo queja de mis vacaciones salvo la cita previa que pido para ver a la gente que está chapando.

Reyes: yo, Nere, Leti y Mateo

Reyes: yo, Pintos, Pereira, Leti e Inés

Reyes: Pichis, Nere, Leti, Sebas, yo e Inés

Yo por mi parte he estado acabando los trabajos que tengo que enviar a Angers, que no tengo exámenes, pero tampoco estoy de brazos cruzados. El viernes tuve el placer de quedar con Tere para esta laboriosa tarea. Mañana en la biblioteca y después ir a comer con ella y con Javi. Fue super raro estar con ellos aquí, en Santiago, pero muy bien la verdad. Es genial tener a Tere cerca, el bajón post-erasmus se hace más llevadero. Y más cuando Clara, Isa y la Bohemia están en Angers otra vez... 

Esta tarde quería haber ido al Centro de Arte Contemporánea (sí, en femenino, que está en gallego) con un amigo a ver la exposición "Vibracións prohibidas" pero los lunes está cerrado. Para los que estéis en Santiago y os apetezca un plan cultural, este está muy bien, y para los que no, dejo el enlace aquí por si tenéis curiosidad u os apetece saber de qué va la cosa.

Mañana me toca volver a Pontevedra, a hacerme la foto de la orla y a clase. Todos los martes tengo clase de la única asignatura de este cuatrimestre, así que vuelta a la vida que dejé allí en el 2011. Mi amiga Mar está este curso de séneca en Salamanca y fue a hacerse la foto el otro día al estudio en Vigo, me la pasó por whatsapp y fue verla con la toga y se me encogió la vida, aún me acuerdo del día que la conocí, en septiembre de 2009. Y verla tan "mayor" de repente y con esa sonrisa de foto me impresionó un poco.

Cómo pasa el tiempo, y qué rápido parece que se "acaba" todo (entre comillas, porque lo que realmente acaba es de empezar, nuestra vida laboral digo). Y con esto pongo punto y final al post de hoy, espero que os haya gustado y que pongáis en práctica el consejo de aprovechar los sitios que tenemos cerca. Que nos estamos perdiendo muchas cosas a las que no le damos importancia por pura pereza.