sábado, 29 de septiembre de 2012

Chez moi


Incertidumbre.

Esa es la palabra que mejor define la sensación que tenía antes de poner los pies en mi casa francesa por primera vez.

Como mi estancia aquí es de un cuatrimestre, ninguna residencia ni ningún particular me aceptó como inquilina para un período de tiempo tan corto. Tras mandar como cien emails, hacer todo tipo de inscripciones a pisos y residencias y después del casi-ataque de nervios de mi madre, decidí escribirle un correo a la coordinadora de mi universidad francesa para decirle que me encontraba en la situación de sintecho. La solución fue una familia.

¿Una familia? No era una de mis opciones y mucho menos una opción de Erasmus. Y no una familia al uso, no, no, una familia francesa. “Familia ya tengo una”, la mía, pensé yo al leer el correo con la "fantástica" solución que me proponía la que lleva el alojamiento de la UCO.

Cuando me vi desamparada y las opciones que barajaba eran dormir debajo de un puente o irme con una familia, empecé a verlo hasta buena idea. La cosa cambió al notificarme que iba a estar en un estudio fuera de lo que es la casa de la familia. Tere en uno y yo en otro, al ladito. MON DIEU!! La suerte que estábamos teniendo no la llegamos a valorar hasta que llegamos aquí.

Comienza la historia. En Angers no existen los típicos pisos de estudiantes con su salón, cocina, baños y habitaciones. No. Los franceses tienen que hacerse notar y diferenciarse y lo que se nos oferta son estudios con cocinita y baño. Eso del “piso” y “compañeros de piso” son términos que no se conocen.

Los estudios son como una habitación con todo lo necesario para sobrevivir. La cocina tiene dos hornillos eléctricos, fregadero y un mueble blanco con dos puertas. De todos los estudios que he visto, ninguno sale de este patrón. El baño: wc, lavabo y una ducha pequeña no apta para entrados en kilos. La lavadora no es algo indispensable aquí, porque tienes unas estupendas lavanderías para hacer la colada, muy americano. El microondas o la tele, son artículos de lujo que tampoco suelen venir incluidos en el escueto mobiliario de dichos estudios.

Ahora es cuando comprendéis el por qué de mi suerte, o nuestra suerte, mejor dicho. Tere y yo tenemos dos estudios (áticos, que tienen más gracia) con todo lo necesario para sobrevivir, pero como extra, gozamos de lavadora y tele; además de microondas, cafetera y hervidor de agua por duplicado. Neveras hay tres, no vaya a ser.

Tenemos un estudio grande en el que cocinamos y “hacemos vida” (con lavadora) y otro más pequeño (con tele) en el que sólo estoy para dormir y ducharme. Estaremos mes y medio cada una en un estudio y después cambiamos, de momento nos apañamos bien. El edificio de los estudios en el que vivimos tiene dos pisos, nosotras estamos en el segundo, y para acceder a él tenemos que subir unas escaleras con una pendiente similar a la del Everest, aproximadamente. Tras temer por nuestra integridad física llegamos a un pequeño descansillo con tres puertas amarillas, numeradas del 3 al 5. Flora, nuestra vecina taiwanesa vive en el 3, Tere duerme en el 4, y yo en el 5.

El mobiliario de ambos no es que sea una maravilla, es funcional y punto. Armario, cómoda, mesilla de noche, cama (que por cierto también tenemos de más) mesa grande con sillas y aparadores. En mi estudio hay 5 sillas, en el grande 6, mejor que sobre a que falte. ¿Los muebles? Cada uno de su padre y de su madre conforman una decoración digna de un ciego o un daltónico, todo sea dicho. El bueno gusto no prima. Pero siendo práctica, no hemos tenido que comprar nada, ni vajilla, ni sartenes, ni ollas ni nada de menaje de cocina. Las escobas, cubo de la basura y tuppers también venían en el pack completo del estudio. Añadir que el wifi estaba aquí antes que nosotras, por lo que hemos estado comunicadas nada más llegar, otro punto a favor.

Lo mejor de todo es que tenemos radiadores eléctricos. Uno en el baño y otro en la habitación. Tienen una ruedecita con la que puedes regular la temperatura del 1 al 7. El mío sólo funciona en el 6 ó 7. No hay problema porque con el frío que hace en estas tierras, no tenía pensado utilizarlo en menos. La sorpresa fue que un día me olvidé de apagar el radiador y cuando llegué y abrí la puerta la sensación fue como la de entrar en un baño turco. Hacía un calor tan sofocante que se me abrían los poros como en una sauna. Entrar en el infierno no era nada con el calor que hacía en mi estudio. Del frío más gélido al calor caribeño. ¡Y todo con una ruedecita en el número 7! Por lo menos frío no voy a pasar.

Sigamos con la lavadora. La susodicha está en francés, claro, pero bueno, nada que el sentido común no pueda conseguir. Tras meter la ropa, echar detergente, suavizante y cerrar la puerta, giramos la rueda, elegimos programa y on y va! La lavadora empieza a hacer ruido pero a los 5 minutos silencio absoluto. Repetimos el proceso. Repetimos el proceso. Nos cagamos en todo. Repetimos el proceso ¡Pero si está el agua cerrada! Cuando ya creíamos que nos habían timado con la lavadora y estaba de adorno nos vino la inspiración. La lavadora funciona y lava. Lo de centrifugar lo lleva peor, nosotras también, porque con el ruido y la vibración del suelo, parece que se acerca el fin del mundo.

Minucias aparte, estoy contenta con mi casiña francesa, os enseño unas fotos del estudio pequeño (en el que duermo yo) para que os hagáis una idea de cómo se montan aquí los “pisos” para estudiantes. 













Muchos besos!



miércoles, 26 de septiembre de 2012

Université Catholique de l'Ouest


Ese sopor que entra después de comer estando en clase aburrido, no es nada comparado al sueño profundo que tengo yo cuando estoy en clase, pero con el valor añadido de no enterarme de nada. El profesor hablando en francés melódicamente no hace más que aumentar mis ganas de dormir encima de la mesa. Cuando la explicación se apoya en un Power Point o en transparencias veo la luz al final del túnel. Puedo entretenerme copiando, todo un lujo que ya valoré mucho el año pasado estando en Cataluña. De momento transcribir lo que el profesor dice es misión imposible, y después de días pasmando y mirando al infinito poniendo cara de entender, hoy he llevado el portátil a clase, sabia decisión por cierto.

Hablemos de la uni, la Université Catholique de l’Ouest. Como su propio nombre francés indica, es una universidad católica. Católica, privada y con una matrícula exorbitadamente cara. Gracias a mi programa Erasmus, quien se lleva la pasta de la matrícula de 4º curso de Publicidad y Relaciones Públicas es la Uvigo. Y menos mal, porque estudiar en la Catho (como la llaman los autóctonos) cuesta un riñón y parte del otro. Lo que me sorprende es que a pesar del desembolso de dinero que hacen los franceses para estudiar aquí, las instalaciones se caen a trozos.

El campus de esta universidad es grande, pero nada que ver con lo que estaba acostumbrada. A mí me gusta, me parece muy bonito y con encanto francés. Es un recinto cerrado con forma triangular con varios edificios. Las facultades aquí se llaman “institutos” y hay diferentes bloques para impartir las múltiples carreras que ofrece la Catho. Entre los edificios del campus el que destaca (por su majestuosidad) es el que denominan “Palacio”, dónde se encuentran los despachos de algunos coordinadores y aulas pequeñas. La carrera de comunicación, por ejemplo, se cursa en el ISCEA, algo así como “instituto de la ciencia de comunicación y la enseñanza”. Todo está indicado por letras y colores, es un poco lioso para encontrar el aula dónde se imparte la clase que te toca, porque además cambia cada semana, pero todo es acostumbrarse.

Dejando al margen el horario, que también es algo curioso, las instalaciones de la Catho sorprenden, algunas de forma positiva, como las salas de Mac del ISCEA. Otras porque es algo que no te imaginas en una universidad; me refiero al aula prefabricada, y no la llamo yo así, se llama así porque es un barracón prefabricado como de obra (que te puedes encontrar perfectamente en Leroy Merlin) en el que se da clase.

Los pupitres de algunas aulas del edificio René Bazin se parecen a los que había en los colegios españoles en la época de Franco o bien a los que aparecen en series de teenagers americanos; cutres y pintarrajeados con todo tipo de artilugio que sirva para dejar una marca. El socorrido “yo estuve aquí” pero a lo francés. En fin, que dan un aspecto de dejadez absoluta.

Eso del ordenador, el proyector y las diapositivas que tanto les gusta a los profesores en España, aquí es un rudimentario sistema de transparencias que yo no había visto nunca en una universidad. Por no hablar de la pantalla donde se proyecta y la dificultad y coñazo de copiar de un folio que el profesor va subiendo o bajando según lo que quiera enseñar al alumnado.

En resumen, que mucha universidad privada y mucho prestigio por fuera pero por dentro nada que envidiar a la Universidad de Vigo ni a la Rovira i Virgili, dos universidades públicas en las que tuve la oportunidad de estudiar, y por eso me atrevo a comparar. 

Este cuatri tengo que cursar 9 asignaturas para completar los 30 créditos que me exigen; tengo algunas que me interesan mucho y a las que les podré sacar patido, otras que no tanto, porque ya las hice muy parecidas y otras que están porque hay que llenar el cupo. Francés para extranjeros son 5 créditos, todo un regalo porque estoy en el nivel 1 (hay 4), y en clase nos explican el verbo être y el avoir, (ser/estar y tener) es decir, que es básico básico básico. Tras hacer un examen escrito aterricé en el nivel 1, y comparto clase con estudiantes rumanos, coreanos, españoles, alemanes y creo que japoneses. Tengo la sensación de no aprender nada (el resto de españoles también) porque el problema es a la hora de hablar, no de comprender. Resulta absurdo completar un poema para niños o hacer un ejercicio de artículos indefinidos cuando estamos estudiando el último curso de una carrera en francés.

Otras asignaturas como “management des entreprises” (gestión de empresas) o “publicité et stratégies de communication” son las típicas de coger apuntes y bostezar aunque sean las 5 de la tarde. Tengo un horario de chiste con muchas clases espaciadas y semanas medio vacías, porque, según nos han explicado, nuestra carrera está impartida por profesionales de la comunicación y el horario de clase se adecua a su disponibilidad. Eso sí, los días que tengo clase estoy metida en la facultad todo el día y sin descanso ni para comer un triste pain au chocolat. He cogido asignaturas sin examen, se entrega un dossier, que es como llaman aquí al trabajo final, y voilá, c'est fini.

Las semanas de vacíos existenciales aprovecharemos para conocer Francia o mirar algún vuelo barateiro a dónde se pueda ir. 

Os dejo con unas fotos del campus que hice con el móvil para que veáis el encanto que tiene, además mi madre me las ha pedido para cotillear un poco.  




El aula prefabricada de la que os hablé



Tere borrosa en la puerta de nuestra facultad





Los mil y un paneles informativos que hay por todo el campus



El Palacio, que es lo primero que se ve al entrar en el campus





Bisous :)





lunes, 24 de septiembre de 2012

Primera semana: asentamiento


“Ni Francia es sólo París ni España es todo Madrid”.

Es la respuesta que se me ocurre cuándo alguien me pregunta (con su buena intención) que qué tal de Erasmus en París. Os resumo brevemente: estoy viviendo en una ciudad llamada Angers, perteneciente a la región del Pays de la Loire y a una hora y media de la capital francesa en TGV (tren de gran velocidad).

Esto no es París pero también tiene su encanto, la icónica torre Eiffel aquí es una majestuosa catedral, y no es el Sena quien baña la ciudad, sino la rivera del Maine y del Loira; y Versalles le deja paso al Castillo de Angers, auténtico protagonista de las visitas a esta ciudad.

Vivo en un estudio con todo lo necesario para sobrevivir: un techo, una cama, internet, baño equipado y una cocinita que quién me diera cuando tenía 10 años para jugar. Es un ático por lo que pega el sol cuando le da por salir y se oye la lluvia (como si me fuese a caer encima el techo) cuando las nubes amenazan.

El estudio es de una familia francesa que acoge estudiantes (en total somos 10 de diferentes nacionalidades), algunos viven en la casa con ellos y otros tenemos nuestro propio espacio en edificios separados. Gracias a dios yo he tenido esa gran suerte, porque la familia es de lo más pintoresco que he visto en Angers hasta el momento, se merecen una entrada entera sólo para ellos., por lo que ya iréis sabiendo de sus hazañas.

La otra suerte que me ha acompañado desde que he aterrizado en tierras francesas se llama Tere y se apellida Santos; que no le puede venir más al pelo porque es un auténtico ángel, ya no sólo por su apariencia adorable gracias a sus ojos verdes y a sus ricitos rubios, sino porque tiene más paciencia que un santo (valga la redundancia). ¡Es de las personas que están de buen humor hasta por las mañanas! Ya os podéis hacer una idea de lo riquiña que me es.

Cambiando de tema, mi francés es de nivel clasificable como “lamentable”. En el momento en el que elegí este destino no pensé que fuera a estar tan verde como lo estoy. ¿Sabéis cuándo entendéis todo lo que os dicen pero es imposible escupir ni una sola palabra? Pues eso. Lo que hago yo es escupir y farfullar palabras en andreafrancés, acabarán aceptándolo como dialecto, hay que llevarlo con humor. Menos mal que Tere se defiende bien y esta semana ha hablado por las dos.

Pero no todo es francés, como estamos en la era de la globalización, nos ha tocado una vecina taiwanesa que es todo amor. Digo “nos ha tocado” porque Tere y yo somos vecinas, yo vivo en el estudio nº5 y ella en el 4º. Flora, la chica de Taiwán, en el 3. Me reconforta porque con ella hablamos en inglés y al menos puedo comunicarme y hablar como una persona normal. Además que nunca viene mal practicar inglés, que desde bachillerato lo tenía algo oxidado. No sólo mejoramos nuestro inglés sino nuestra maña en la cocina, porque entre tanto foráneo lo que manda es la tortilla de patatas, a Flora le encanta, y a nosotras nos encantan los diferentes tipos de té, caramelos y remedios naturales que nos ofrece siempre. Es una suerte vivir al lado de una persona con una cultura tan diferente a la europea, estamos encantadas.

Lo que no faltan de momento son risas, de estos ataques que te dejan la tripa dolorida como si estuvieras haciendo abdominales durante horas. Risas desde el desayuno hasta coger el bus para ir a clase (vivimos lejos y somos vagas), y risas sobre todo ante la ignorancia de no entender nada. La gente española que he conocido hasta el momento muy bien, de todas partes, cada uno con nuestros acentos y con nuestro lío particular para firmar el contrato de estudios. Con mil papeles que cubrir y a mil reuniones que acudir. Burocracia universitaria para todos los gustos y todas las carreras. Pero como buenos españoles que somos, con la calma, y los franceses como buenos franceses que son, con la prisa, los plazos, las entregas y los folios de colores para señalar la importancia de los documentos. Menos mal que somos unos cuantos para salir de clase y meternos en un bar francés a olvidarnos un poco de todo.

Una cosa que me encanta y he descubierto aquí es la bici, es lo normal para desplazarse y como es una ciudad llana, la tediosa caminata se convierte en un placer al cambiar andar por pedalear. Además hay que europeizarse e ir en bici, igual que comer a las 12:30 y cenar a las 20:00 cuando ruge el estómago. En cuestión de estómago se come bien, sobre todo si te gusta el queso y el vino. Si prefieres algo más spanish el bolsillo se resiente, como el resto de Europa, Francia es caro. Es caro salir de fiesta, ir a tomar algo y la vida en general. Eso sí, el menú en el comedor universitario son 3€ y las 2:00 es la hora a la que cierran todos los pubs y bares por la noche. Lo que es el ambiente nada que ver con España, pero es que la vida española no la hay en ningún otro sitio. Cuántos más países conozco más me gusta el mío.

Y con esta entrada empieza un blog que espero llenar de muchas cosas que contar a todos aquellos que os interesa mi estancia en las francias. 

Bisous!