domingo, 1 de junio de 2014

La noble profesión del comunicador

Sábado por la mañana, a las 9:30 más o menos. Me subo al ascensor para ir a clase. Vivo en el séptimo, en el sexto se para y se sube un señor que más o menos rondará los 50 años, un padre podría decirse.

Yo con el portátil a cuestas, bolso y caraculo, odio madrugar, odio madrugar un sábado, mi día favorito de la semana por excelencia. Sin cruzarme con nadie en el piso todavía no había tenido oportunidad de articular palabra con nadie, cambio mi cara y saludo amablemente al vecino “bueno días”. Ahí quería yo que acabase cualquier tipo de conversación, no me gustan los topicazos ascensoriles. “Por lo menos llueve” pensé ante la tentativa de hacer un comentario meteorológico, banalidades con las que pasar el rato en dos metros cuadrados. 

Al señor se le veía despierto, de esto que llevas levantado 3 horas y estás más fresco que una lechuga; yo no estaba muy rápida la verdad. “Et marxes?” me pregunta, (¿te marchas?). ¿Yo? ¿si me marcho? ¿a dónde? ¿para siempre? ¿pero por qué me pregunta esto? Voy con el portátil… no llevo maleta. ¿Será mi cara? ¿Tengo cara de llorar como de haberme despedido de alguien? Es que tengo sueño. ¿Pero por qué llega a esa conclusión? En estas estaba yo cuando le dije en un perfecto castellano “me voy a clase”.