sábado, 25 de abril de 2015

Así es crecer en Santiago de Compostela

Me gusta mucho la revista Vice, supongo que la conocéis, además mola porque la edición impresa es gratuita y siempre publica cosas interesantes. La versión digital es más completa, incluye un mayor número de contenidos; una de las secciones que suelo leer es la de "Así es crecer en...", ya han publicado Coruña y Ourense (de las ciudades gallegas), pero también podéis leer Salamanca, Madrid, Murcia y un largo etcétera.

Mientras espero en el aeropuerto en la zona M1 del Prat a embarcar en el avión que me llevará de vuelta a mi ciudad me he animado a escribir mi propia versión de "Así es crecer en Santiago de Compostela", quizás porque cuando estoy en Barcelona echo de menos un poco la tranquilidad de mi casa y prescindir del metro para ir a trabajar.

Santiago es la capital de Galicia, la mayoría de la gente la conoce porque siempre llueve, por la Catedral (preciosa, por cierto) y por el camino de Santiago. Lluvia y religión no es un buen comienzo para labrarse una buena fama, creo yo, pero a pesar de todo los picheleiros (que es como se le llama a los santiagueses) le tenemos mucho cariño, y cuantas más ciudades visitamos más cuenta nos damos de lo bonito y único que es nuestro Santiaguiño. 

Empezaré por lo obvio, respondiendo la pregunta que todo aquel que no es santiagués le hace al autóctono; la bendita y maldita lluvia. Sí, en Santiago llueve mucho, mucho, muchísimo. Es cierto, nos tiramos meses con el paraguas como extensión de nuestro brazo y viendo la lluvia a través de las ventanas. Lo que nos diferencia de otras regiones de España es que aquí vemos la lluvia a través de los cristales de los bares, o la sentimos en nuestras propias carnes, porque a pesar del tiempo salimos de casa y salimos de fiesta.

En Santiago no nos amarga la lluvia como para dejar de salir aunque diluvie, y sin paraguas ni nada, ¡a lo loco!. Si encima la fecha es señalada, como fin de año, llueve seguro. Pensad que serían muchos meses de recogida y eso no puede ser. Tenemos la mayoría de los bares controlados, horarios y tapa según el día de la semana. Las ofertas de 2x1 de los pubs y dónde se verá mejor el partido de turno. Otra cosa no tendremos, pero bares de los buenos unos cuantos (y el mejor bocata de calamares de la historia también).

En Santiago se vive bien, es una ciudad riquiña, tranquila, un pueblo grande más bien, nos conocemos todos, se puede ir a casi cualquier sitio caminando, tenemos plazas y parques en los que los niños pueden jugar y los mayores tomar algo o descansar. Todo el casco antiguo es peatonal y podemos presumir de rincones mágicos por los que a todo santiagués le gusta pasear de vez en cuando.

Parque de Ramírez (1995)
De niños íbamos a jugar al parque de la Alameda que estaba dividido por "áreas" a lo largo del Paseo de los Leones, al de Ramírez o a Bonaval. Aprendíamos a nadar en la piscina Universitaria o en Santa Isabel y a montar en bici y patinar por la Residencia. Íbamos a la Biblioteca Nova 33, donde había un montón de revistas "LeoLeo" y nuestros padres nos llevaban a los talleres de Ferradura Aberta y a Nadal Xogo en navidad. Le dábamos de comer pan a los patos de la Alameda, comprábamos palomitas en el puesto que estaba al lado de la fuente del Rosalía y golosinas en la tienda del Toral.


McDonald's Área Central (1997)
Celebrábamos nuestros cumpleaños en el McDonald's del Área Central y soplábamos las velas en esa tarta de chocolate que sabía a gloria, en la casa del Payaso de la Plaza Roja o en la Selva de Indiana Bill (sin duda estos cumples eran los mejores). Por aquel entonces podíamos ir al cine en el centro de la ciudad en el Valle Inclán o en los Compostela. Vimos cómo levantaban el primer Corte Inglés y cómo cambió la Plaza Roja, ¿quién no reconoce la fuente que está ahora plantada en la rotonda el polígono?.

Íbamos con el colegio al Auditorio de Galicia y al Teatro Principal y allí nos congregábamos alumnos de los distintos centros de la ciudad para disfrutar de diferentes tipos de espectáculos culturales, entre ellos "La flauta mágica". La excursión a la fábrica de Donuts también era muy socorrida, como a las granja-escuelas perdidas de la mano de Dios, donde solían enseñarnos a hacer pan y cómo era el proceso de elaboración de leche y queso.

Por supuesto todos nos quedamos traumatizados con el vídeo del parto de la Domus de Coruña cuando íbamos en primaria en otra de las excursiones que nos organizaba el colegio. Sin olvidarnos de "el día en la playa", la visita a los Castros de Baroña y a las Dunas de Corrubedo. Ya que no tenemos mar, a los santiagueses nos llevaban de excursión a la playa cuando se acercaba el verano, toda una odisea.

Según el colegio en el que tus padres te matriculasen estudiabas en uno religioso, que son los más numerosos, como las Huérfanas, Compañía, la Salle o Cluny, o en otros como Peleteiro, Juniors, Alca o Pío XXII. A partir de ahí nuestro destino (qué dramático) estaba determinado por el colegio/instituto en el que estudiases.

La "rivalidad" entre colegios e institutos es algo que ocurre en todas las ciudades, bien por temas meramente deportivos como las ligas de fútbol o baloncesto, o por los grupos de amigos que se forman en cada uno de ellos. En Santiago no somos una excepción, pero la gilipollez se nos pasa cuando llegamos a la universidad.

La nuestra, la USC, es la que mayor tradición tiene de Galicia, y sin ánimo de ofender a las otras dos, la que mejor fama cosecha en carreras como Derecho o Medicina. Es la ciudad universitaria por excelencia, durante el curso escolar la ciudad casi duplica su población con los estudiantes que vienen a la USC. Además tenemos joyas del calibre del Pazo de Fonseca, o la biblioteca de la facultad de Historia y Geografía, donde la tarea de estudiar se hace un poco menos ardua.

El ambiente es único en Santiago: estudiantes, peregrinos de todas las nacionalidades, turistas y la gente de aquí se mezclan y conviven en las calles de piedra de Compostela, y se aglomeran en las terrazas de la Plaza Roja y de la entrada del Franco en cuanto sale un rayo de sol, porque los santiagueses somos como las plantas, revivimos con el sol, cambiamos las botas por las sandalias en un abrir y cerrar de ojos.

Las vistas a Belvís al atardecer desde la terraza del Momo es algo que todo santiagués que se precie ha tenido que experimentar alguna vez. Así cómo contestar a algún peregrino despistado la ubicación de la Catedral estando en Fonseca (verídico) o en la Puerta del Camino, donde comienza la emblemática Rua de San Pedro.

Campillo - Foto de Compostimes
Cuando empezamos a salir de fiesta, el famoso botellón se hacía en el campillo, qué tiempos... no era más que el parque de la Alameda, allí decenas de jóvenes nos dábamos cita cada jueves (benditos esos jueves de antaño) y fines de semana. Tanta era la cantidad de basura (y supongo que de decibelios), que desde el Concello decidieron cerrar esa zona por la noche, por lo que todo el mogollón bajó las escaleras del mirador y se situó en el nivel por debajo del antiguo campillo.


Esta vez la cita era en el campillo 2, alrededor de la estatua que estaba (y está) allí plantada. Podías situarte con tu grupito en cualquiera de los bancos que había por allí, pero si iba a venir alguien más, era bien sabido por todos que el punto de encuentro si querías de verdad juntarte con tus amigos era la estatua.

Antes el césped que estaba debajo de la estatua era un trozo de terruño con tapones de botellas y cristales incrustados. Desde el mirador de la Alameda se podía ver como brillaba toda la explanada donde se hacía el botellón, en el que ojo, había un parque infantil, que terminaron quitando por razones obvias, a ver quién era el padre que llevaba ahí a jugar a sus hijos. Bien es cierto que ahora la zona está renovada; debajo de la estatua hay césped de verdad y el parque infantil ha vuelto a su sitio.

Gradas (2009)
No mucho tiempo después, nuevas verjas cerraron esta parte del parque y fuimos obligados a bajar otro peldaño hacia las pistas y el estanque con agua verde nuclear. Dejamos atrás el campillo y comenzó la temporada de "gradas". Qué peligro tenía aquello, cuántos se habrán caído de una grada para la otra dejándose piños y rodillas. Por no hablar de que no había ni una farola con luz y la mayoría de asientos tenían unos buenos agujeros en los que era muy fácil engancharse un pie. Además era bastante incómodo hablar unos con otros tal y como nos teníamos que sentar, ya que, a no ser que te sentases en el bordillo de la primera grada, nos dábamos la espalda.

Resulta curioso pensar en el "fenómeno campillo", decidimos que ese era el sitio y allí íbamos todos de manera espontánea a pesar de todos los intentos del gobierno local por erradicar el botellón y la fiesta en la calle. Seguíamos resistiendo fin de semana tras fin de semana, pero por supuesto, esto se ha acabado, en parte porque nosotros hemos crecido y ahora nuestra manera de salir también ha cambiado, pero los que vivimos estas fiestas en las que nos reuníamos en el campillo/gradas lo recordamos con cariño.

En las fiestas grandes de la ciudad como la Ascensión (mayo) y el Apóstol (julio) a las que acuden mucha gente de los alrededores, se instalan en esa zona alguno de los escenarios de los conciertos que se harán, y durante esas noches no suele caber ni un alfiler, pero son las excepciones que sobreviven a día de hoy.

Cuando todavía íbamos al colegio la fiesta de la Ascensión era como el acontecimiento del año, montaban las barracas en la Alameda, había conciertos gratis y mucho ambiente por la calle. La noria compartía protagonismo con la catedral en el horizonte santiagués. La diferencia con el Apóstol, que es en verano, es que en la Ascensión teníamos clase y ese puente de vacaciones era clave. En el Apóstol si podías estar en cualquier otro sitio no pasaba nada, pero en la Ascensión había que estar.

Nuestra adolescencia la pasamos comprando el botellón en los 24h hasta que prohibieron comprar alcohol a partir de las 22h. Las colas del De Noche en la calle Fernando III el Santo eran algo fuera de lo normal. En esa época alternábamos Catedral (D.E.P.) por Duplex (D.E.P.) cruzando de una acera a otra de República Argentina. En Catedral lo de bailar (y respirar) estaba difícil debido a la concentración de gente que había siempre ahí dentro, cuando cerraba y había que salir avanzábamos en bloque todos al mismo paso, podías hasta echar una cabezada apoyado en el hombro del de al lado.




¿Os acordabais de esta puerta?

De Duplex no podré borrar de mi mente la "tarima", que no era más que un saliente de la barra a la que había que subirse de una manera un tanto "brutiña". Algún que otro cubo de agua ha caído en esa calle por los alborotos que se montaban en la cola de los distintos pub. En la misma calle pero casi con el Hórreo estaba y está Blaster, que ganó mucho con la reforma actual, y al lado casi de Duplex el Gabanna.

Liberty y Apolo, el Acme y a Cova (galerías), Ruta y Maykar, D3... tablas de chupitos, el vodka negro, las pipas interminables del Berberecho en vasos de plástico blancos... El desaparecido Vía 13, la sala Krooner, la Cantina, el Pérez... En la zona vieja a Novena Porta, Trafalgar, el Porrón, el Nemenzo, el Séptimo Cielo, Rhythm&Blues, Albaroque, Avante, Crechas, El pozo, la Quintana, Tarasca, Retablo... y un largo etcétera.

En Liberty el volumen de la música estaba tan bajo que podías llamar a tu madre y decirle que estabas durmiendo en casa de Pepita que se lo iba a creer a pies juntillas, y en Apolo como fueses un poco alto te comías el techo pero a base de bien. Liberty, su famoso DJ y sus famosos porteros. Esas mesas redondas, los sofás negros, las paredes verdes oscuras con ese estampado de hojas amarillas, la roja del fondo con cuadraditos de espejo, el futbolín en la pista central y el bidet que había en uno de los baños de chicas (verídico).

La verdad que lo que era la fiesta de Santiago y lo que es (universitariamente hablando) ha decaído hasta el nivel del subsuelo, seguimos frecuentando los mismos locales de siempre, porque al final la oferta es la que es, pero muy lejos quedan ya los jueves multitudinarios.

La carencia de mar y tener la playa más cercana a unos 40 minutos en coche ha favorecido que muchos compostelanos se comprasen su segunda vivienda en la costa gallega. Sanxenxo, Portonovo, Ribeira, Villagarcía, San Vicente, Muros, Portosín o Porto do Son, son tan sólo unos ejemplos de los pueblos en los que se concentran un gran número de santiagueses que en verano huyen de los peregrinos y dejan vacía la ciudad.

Porque Santiago en verano se muere, al contrario que los pueblos de la costa, que resucitan. La ciudad de vacía de los de aquí, los estudiantes vuelven a sus casas y se llena de turistas y de peregrinos que culminan el camino de Santiago en esta época del año. El ambiente en verano es bastante deprimente, y si hace calor lo es completamente, pero siempre podemos disfrutar de una tarde de verano en la playa fluvial de Tapia o en Pontemaceira, ambos sitios muy cerquita de Santiago y que sirven para refrescarse cuando el calor en las calles empedradas de la Zona Vieja es insoportable, porque sí, aquí también hace calor. Y cuando lo hace de verdad puedes morir achicharrado en la plaza del Obradoiro o atravesando los soportales de la Rúa del Villar-efecto horno.

Piscinas de Sar (1998)
Otra opción era ir a la piscina, y las únicas públicas eran y son las de Sar, que la mayoría frecuentábamos de niños, cuando no nos importaba tanto tener que ir con el gorro de piscina de uso obligatorio que te hace parecer un espermatozoide. Los que tienen la suerte de tener piscina en su comunidad o iban a la del Hotel Peregrino se han ahorrado este momento de la izquierda.

En lo que a fervor futbolístico se refiere, estamos bastante lejos de parecernos al ambiente que se respira en Vigo o en Coruña, diría que estamos más bien en el medio, ni fú ni fa a lo que a equipo local se refiere. El "odio" y rivalidad que tenemos con A Coruña hace que muchos de los santiagueses se decanten por el Celta, ya que a Vigo le tenemos más cariño (o indiferencia quizás) aunque también los hay que son deportivistas a muerte. Pero vaya, que se maten entre los de Balaídos y los de Riazor.

En otros tiempos pasados cuando el Compos era un equipo de 1ª y a los niños nos llevaban al estadio de San Lázaro de "excursión", el bando futbolero estaba más diferenciado. Ahora que el Obradoiro anima a la ciudad los fines de semana en el Multiusos Fontes do Sar yo prefiero decir que los picheleiros somos más de baloncesto.

En otras cosas, los santiagueses vivimos muy por encima de nuestras posibilidades, un claro ejemplo es la famosa Ciudad de la Cultura, una obra mastodóntica que no ofrece mucho a la ciudad, salvo la silueta inconfundible en el horizonte de un complejo que costó millones de euros. La biblioteca está bien si quieres estudiar lejos de la Conchi, la "ligoteca" por excelencia de Santiago. Lo que sí, todos hemos subido hasta allí para ver con nuestros propios ojos la obra terminada y nos hemos hecho la fotito de rigor en la cuesta más empinada de uno de los edificios de complejo.

Si la Ciudad de la Cultura no fue suficiente derroche, han abierto hace un par de años Las Cancelas, para hacerle sombra al Área Central, un centro comercial con viviendas en el interior (sí, sí, hay gente que vive dentro del centro comercial) que era icónico en Santiago por ser básicamente el único que teníamos.


Ciudad de la Cultura
Después de pasar la infancia en Santiago muchos de nosotros nos fuimos a estudiar o a trabajar fuera y ampliamos nuestras fronteras lejos de aquí, pero cuando volvemos seguimos pensando que Santiago es la ciudad más bonita del mundo, donde la lluvia es arte, como decimos muchas veces a modo de auto-consuelo.

Pero a pesar de la lluvia y de todo lo que nos podamos quejar, no la cambiaríamos por nada y estamos orgullosos de ser como somos habiendo crecido en Compostela.

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