jueves, 6 de octubre de 2016

Los colores de Jordania

Sin ninguna duda lo que más me gusta hacer en esta vida es viajar; como seguro que a muchos de los que me leéis, a mí también me encanta esa sensación el día antes de irte y disfrutar de todos los preparativos que orbitan alrededor de un viaje. A pesar de lo tedioso que resulta hacer maletas y tener en cuenta todos los "porsiacasos" soy feliz pensando en el próximo destino.

Esta vez era un poco diferente y por circunstancias de la vida tuve más en bandeja que nunca visitar a mi amiga Sara, que actualmente vive en Dubai. No es que fuese uno de mis destinos soñados, pero creo que es una ciudad que hay que ver una vez en la vida. Además me apetecía experimentar en primera persona como era su vida allí y poder ponerle nombre y apellidos a muchas de las cosas que nos cuenta.

Aprovechando mi visita y su semana de días libres el plan era redondo: tres días en Dubai y cinco viajando por Jordania, un país que no dejó de sorprendernos durante todo el viaje. Si tecleas "Jordania" en Google aparecerán cientos de imágenes de Petra, su mayor atractivo turístico (escenario de Indiana Jones) y visita obligada si eliges el país para pasar unos días. Siendo honestas eso era lo poco que sabíamos (además de que en el Mar Muerto no te hundes) una vez que hicimos el check-in del vuelo. Pero decidimos improvisar.

Nos compramos los billetes con escasas horas de diferencia de la salida del vuelo y cogimos el primer alojamiento en el Mar Muerto después de unas cuantas búsquedas en internet, pero descartando esta vez hacer Couchsurfing. La idea inicial era llegar y subirnos al primer autobús con destino "Mar Muerto" que encontrásemos, a poder ser sin tener que ir hasta Amán, la capital, y hacer transbordos; que si era la única manera de llegar hasta allí pues no quedaría más remedio... Todo plan mental que teníamos antes de pisar suelo jordano se evaporó al encontrarnos con la realidad de un país rico en cultura y paisajes espectaculares pero atrasado en comunicaciones e infraestructuras.

Jordania no es un país al que los visitantes suelen ir por su cuenta, sino que forma parte de un paquete con todo incluido y organizado. La verdad que es lo más cómodo para conocer en sí los reclamos turísticos, pero ni de lejos para ver la realidad del país. Nosotras decidimos ir por nuestra cuenta, haciendo planes según lo que nos apeteciera, cogiendo alojamientos in situ y preguntándole a aquel con el que topásemos por el camino toda duda que nos podía ir surgiendo. Algo muy factible y recomendable en Europa, donde estamos acostumbrados a viajar de esta manera, con recursos e información a nuestro alcance, pero un poco más complicado en Oriente Medio.

Aunque poco sabíamos del reino de Jordania, algo sí habíamos leído y buscado antes de embarcar en el Boeing 777-300 que nos dejaría en el Aeropuerto Queen Alia. Encontramos el balance perfecto mezclando blogs de viajes, páginas oficiales del gobierno jordano, opiniones de los principales portales de ocio y experiencias de otros turistas. No partíamos de cero pero queríamos ir aprendiendo a medida que lo íbamos viviendo; le dimos unas pinceladas al mapa para trazar un itinerario acotable a los cinco días y sopesamos opciones.

Yo aquí recogeré todo aquello que me hubiera gustado saber antes de embarcarnos en esta aventura y que me parece útil para el que quiera coger un avión e ir por su cuenta a descubrir sitios como el desierto de Wadi Rum, Petra o el Mar Muerto sin guía o agencia de viaje detrás. 

¿Qué hay que saber antes de visitar Jordania?

- VISA. Lo primero que miramos antes de decidir este destino era cerciorarnos de que no nos hacía falta visa como ciudadanas españolas. Lo buscamos y nos informamos a conciencia, para nosotras no hacía falta gestionar nada antes de llegar. La sorpresa fue mayúscula cuando al aterrizar, además de pasar el control de pasaportes, fuimos conscientes de que había que pagar la visa en el aeropuerto: 40 dinares jordanos (50,20€) y un sello más en el pasaporte. 

- DINAR JORDANO. Es un país caro para la pobreza y el atraso en el que viven. La moneda oficial es el dinar jordano, y un dinar equivale a 1,26€. La ventaja es que los precios más o menos en dinares son parecidos a euros, con lo que hacer los cálculos no era demasiado difícil. Pero nos sorprendió que para nosotras, al cambio, era todo muy caro. La idea preconcebida que teníamos era más un estilo Túnez o Marruecos, donde la vida es mucho mas barata de lo que es en España. Hay que tener en cuenta que hicimos vida en sitios turísticos donde también se aprovechan de esta circunstancia, pero independientemente de esto, sigue siendo caro.

Solo hay que tener un poco de ojo al entrar en según qué tiendas, hacer comparativas y pedir en restaurantes con los precios expuestos en una carta, porque como bien sabréis, muchos establecimientos tienen precio para "un local" y precio para "un turista"; esto pasa en Jordania y en Santiago de Compostela...

- PAGO CON TARJETA. Nosotras decidimos no cambiar mucho dinero porque si después nos sobraba no queríamos salir perdiendo, así que todo lo que pudiésemos lo pagaríamos con tarjeta. Yo siempre viajo con una tarjeta Mastercard y Sara tenía una Visa. Con lo que no contaba era con que me rechazasen el pago del primer hotel donde estuvimos, así como tiendas, restaurantes... Me llamó la atención que en muchos sitios solo aceptan Visa, por lo menos en la zona del Mar Muerto, si no llega a ser por Sara estoy vendida. Así que si vais, llevad dos tarjetas por si acaso.

- TRANSPORTE PÚBLICO. Como es más que evidente, no existe el maravilloso transporte público al que estamos acostumbrados, con sus horarios y sus extensas redes que llegan hasta los pueblos remotos. Para movernos de norte a sur por Jordania lo que utilizamos fueron los taxis, y ojo, porque los hay oficiales, rotulados y perfectamente señalizados y después los típicos coches de particulares que se quieren aprovechar de los turistas. En general son baratos, el milagro será que el conductor hable inglés.

Ya en el aeropuerto acudimos al puesto de información de la terminal y la chica que nos atendió nos recomendó ir en taxi porque al ser dos chicas era "más seguro" y también más fácil ya que sino tendríamos que esperar a un bus que sabe dios cuándo pasaría, hasta la capital para allí encontrar otro modo de ir al Mar Muerto. Decidimos aceptar lo del taxi con la suerte de que uno de los taxistas nos dio un papel con las "tarifas oficiales" desde el aeropuerto a los distintos puntos turísticos (Mar Muerto, Petra, Desierto Wadi Rum, Karak, Jerash e incluso la frontera con Irak). Lo que nos sirvió de referencia para que no nos timasen durante el resto del viaje y poder negociar el precio de los trayectos con la garantía de esas "tarifas oficiales".

En Jordania los taxistas son lo más polivalente que he visto nunca; conductores, guías turísticos, dueños de cuevas en Petra y campamentos beduinos en el desierto... así te llevan como te empaquetan una ruta en Jeep por las dunas con cena y noche en Wadi Rum.

- SEGURIDAD. Esto es circunstancial, pero siempre que se planea un viaje hay que tener en cuenta la situación del país o la de los fronterizos. Jordania limita con países como Siria, Israel e Irak, y no suena muy alentador; es triste pero por desgracia en el mundo en el que vivimos es así. Los conflictos bélicos y la inseguridad en países como los que acabo de nombrar afectan directamente al turismo de otros que en principio no tienen un clima hostil. 

A nosotras esto no fue algo que nos echase para atrás, y menos teniendo en cuenta que ahora mismo nadie está "a salvo" en ninguna parte. No olvidemos París, Bruselas, Estambul o Niza. En ningún momento nos sentimos atrapadas en un clima de inseguridad, pero sí que enseñamos nuestro pasaporte una cuantas veces cuando nos paraban en controles de carretera. El procedimiento siempre era el mismo, dos extranjeras en un taxi con un conductor local parados en el arcén mientras el policía de turno le pedía las licencias y carnets al taxista y el pasaporte a las turistas. Salam aleikum - aleikum salam y ninguna explicación.

- VESTIMENTA. No hay que olvidar que Jordania es un país musulmán y su cultura es completamente diferente a la occidental. Sobra decir que los hombres no tendrán ningún problema en ir como buenamente les parezca, pero nosotras no corremos la misma suerte. No es que nadie te obligue a ir tapada, pero si no quieres llamar la atención y ser el blanco de todo tipo de miradas es lo más recomendable. Y no me estoy refiriendo a ir semidesnuda, simplemente por vestir con colores llamativos (es decir, que no sea el negro) e ir con los hombros o media pierna al descubierto, eres el centro de atención. 

Tampoco hay que disfrazarse ni tomarse esto como una ofensa o privación de libertad (las mujeres de allí están sometidas a esto, nosotras no), pero es mejor optar por vestidos y faldas largas, monos, pantalones que no den mucho calor que shorts y minivestidos. Más por tu propia comodidad que por otra cosa; lógicamente como poder puedes ir vestida como quieras, pero entre el calor y la circunstancia... up to you!

Nuestro itinerario

Día 1 (23 de septiembre): llegada al Aeropuerto Queen Alia - noche en el Mar Muerto

A las 10 y poco estábamos tomando un café no-vomitivo en el Starbucks del aeropuerto después del sablazo de la visa. Tras una hora de taxi por carreteras serpenteantes llegamos al Mar Muerto. El taxista no hablaba inglés, nosotras no hablamos árabe y encima nos perdimos. El hotel estaba perdido de la manos de dios, mal señalizado y alejado de la aglomeración que vimos dando vueltas en el coche intentando encontrar nuestro destino. 28 dinares por 60 kilómetros.

Nos alojamos en un hotel situado en Al Balqa', una de las doce gobernaciones de Jordania, al noroeste del país. Queríamos un día de tranquilidad, tomar el sol y flotar en el agua salada del Mar Muerto con el fin de coger fuerzas para el resto de días. Lo que me enamoró de esta zona es que apenas hay nada; si fuese español habríamos construido alrededor todo tipo de instalaciones y habríamos atentado a la estética e invadido la naturaleza como hemos hecho con nuestra costa. 

Pero la ventaja de lo poco desarrollado que está Jordania (por verlo de una manera positiva) en ese aspecto es que las cosas están como estaban hace miles de años: tal cual. El Mar Muerto es un gran lago de un color cambiante según la posición del sol. Azul intenso, orillas blancas por la acumulación de sal o de fondo grisáceo por los lodos y barros naturales que se utilizan como tratamiento de belleza. De todas las maneras es hipnótico.


Para mi sorpresa los hoteles están alejados de la orilla y la mayoría (menos el nuestro) concentrados en una zona, lo que libera el paisaje y lo hace único, al menos el que pertenece a Jordania, pero me imagino que el lado israelí será similar. Nuestro hotel contaba con un servicio gratis de shuttle que te llevaba hasta la playa. No recomiendo más que un día y medio en esta zona, a no ser que quieras una semana de relax total, entonces sí, has venido al lugar indicado: sol, piscina, playa y calor en un silencio absoluto y paisajes de ensueño. 


¿Realmente se flota? Sí, aunque yo lo definiría como que "cuesta nadar". Es una sensación extrañísima que nos costó un buen ataque de risa acompañado de arcadas del contacto del agua con los labios. ¡Qué horror! No es que pique, es que tiene un sabor tan fuerte que es insoportable. "Te doy 100 euros si metes la cabeza entera", "tú flipas, que se me derriten las lentillas incluso con los ojos cerrados". Y así.


Si tienes una herida o algún corte en la piel (no necesariamente muy profundo), sumergirse en este agua es verdaderamente una tortura, no era mi caso pero podía imaginármelo. Se flota sin esfuerzo pero al no ser capaz de hundirte, nadar con soltura (y dignidad) es misión imposible porque el culo hace de flotador. Rarísimo, pero súper divertido. Tenía muchas ganas de experimentar en mis propias carnes la sensación y la verdad que mereció la pena. 


Muchas de las guías que leímos aconsejan, si tienes poco tiempo en Jordania, que sacrifiques la visita al Mar Muerto. Para mí fue de los sitios imprescindibles, pero cada uno...


Día 2 (24 de septiembre): mañana en el Mar Muerto - visita Little Petra - noche en Petra

Las tarifas de los taxis del hotel eran casi el doble de los taxis del aeropuerto, con lo que nos salía más a cuenta volver hacia atrás para ir hasta Petra desde el aeropuerto que hacerlo directamente desde el Mar Muerto. Para ahorrarnos unos cuantos dinares le pedimos a un recepcionista muy atento que por favor llamase al servicio de taxis de nuestro querido papel, que negociase por nosotras una tarifa más acorde a lo que en teoría era "lo oficial". Conseguimos un buen precio y nos adjudicamos el taxi hacia Petra después de pasar toda la mañana tomando el sol.

Tras el check-out nos recogió un taxista que tampoco hablaba inglés que resultó ser el hermano del recepcionista. Esto no lo sabíamos antes de aceptar, pero al ser un taxi oficial nos daba seguridad y aunque era un poco raro nos dio igual. Qué ingenuas, lo raro fue después porque a la media hora de camino nuestro nuevo taxista (encantado de conocernos) recibió una llamada y tras intercambiar unas palabras ininteligibles con su interlocutor le pasó el teléfono a Sara. Mientras Sara asentía yo suponía que era su hermano-recepcionista para preguntar si iba todo bien. Pero no.

Al otro lado del teléfono estaba Khaled, otro taxista que nos ofrecía recogernos en Petra, llevarnos a comer "algo típico" a un "bonito restaurante" y dejarnos después en el hotel. Tras acordar que no íbamos a pagar ni un dinar más aceptamos, al menos este hablaba inglés y podíamos preguntarle cómo movernos después desde Petra hasta el desierto.

Por el camino, unos 250 km y casi 4 horas con la peor música que os podéis imaginar, fuimos bordeando el Mar Muerto hasta que los paisajes azules se convirtieron en rocosos y empezamos a subir por los desfiladeros de At-Tafila. Mientras Sara se pegaba una buena siesta (o lo intentaba) yo no perdía la oportunidad de ir fijándome en todos los detalles; núcleos "urbanos" perdidos de la mano de dios, muchísima basura a ambos lados de la carretera, pocos coches (y esos pocos Toyota, Hyundai o Kia), niños subiendo por las rocas yendo/viniendo de la escuela con sus mochilas de colores, gente esperando en lo que a mi parecer eran paradas de autobús de loneta al borde de la carretera, puestos de verduras "frescas", ovejas, cabras, casas destartaladas, "talleres" de coches con ruedas por todos lados... una auténtica pena.





Intenté hacerle alguna pregunta al taxista de cómo era la vida en esos pueblos, quería saber por qué ninguna casa estaba terminada, que a cuánta distancia estaba esa supuesta escuela, si las ancianas tapadas hasta los pies esperaban algo o solo veían la vida pasar... ¡Qué rabia! Pero no entendía nada aunque le hablase un inglés de indios y se limitaba a sonreírme por el retrovisor. Fue amable a pesar de la nula comunicación y llegó un punto que el extranjero parecía él, iba grabando el paisaje con su móvil y haciendo fotos con el mismo entusiasmo que yo.

Hicimos una parada en lo alto de At-Tafila. Silencio sepulcral una vez que apagó el motor del coche. Qué pasada de vistas. Salimos para respirar y hacer alguna foto. Bajé del coche con mi réflex y el bolso, lo único ya que me importaba era tener conmigo el pasaporte, porque en un minuto me vi al taxista arrancando y dejándonos allí tiradas, en medio de la nada más apabullante y con lo puesto, un par de trapos y sin un chavo. Me sentí fatal por ser tan desconfiada porque no nos había dado motivos para serlo, pero supongo que fue algo inevitable. Nos dijo, o eso entendimos, que para él también era la primera vez allí, a mí me recordaba tanto a la Capadocia que por un momento parecía que estábamos en Turquía.

At-Tafila 
Después de la pausa seguimos el trayecto y pasamos por la reserva de la biosfera de Dana, la reserva natural más grande de Jordania. Ya sin paradas hasta el punto en el que nos íbamos a encontrar con Khaled, que nos esperaba en otro taxi oficial a escasos kilómetros de Petra. Nos despedimos del primer conductor y nos cambiamos de coche como quien hace un transbordo en el metro. La mayor alegría fue poder hablar con alguien que nos entendiese, nos hizo un par de apuntes sobre Petra y como habíamos acordado, nos dejó en un "bonito restaurante" en el que vendría a recogernos para llevarnos al hotel.

El "bonito restaurante" no era más que un antro estilo el típico kebab que te puedes encontrar en cualquier parte, pero mucho más lleno de mierda, el WC inundado, con una terraza con sillas de plástico y donde en vez de kebabs, preparan shawarmas; que viene siendo lo mismo pero presentado de otra manera. Nos sentamos en la terraza, nos colocaron un mantelito de papel y comimos con un tenedor de plástico, ya estábamos más que integradas en el ambiente. 
Al-Fandi Restaurant (Petra)

Una vez superada la desconfianza inicial con Khaled, de vuelta al taxi acabamos de contarle que no teníamos planes, así que aceptamos su oferta; porque además de taxista, trabaja con turistas y es dueño de un campamento en el desierto de Wadi Rum. Tampoco teníamos nada más, así que nos vino al pelo, nos organizó el plan para ese día, que fue ir a Little Petra, una parte de la ciudad para la que no hay que pagar entrada y dos días después nos llevaría al desierto para hacer un tour en Jeep, dormir allí y llevarnos al aeropuerto para volver a Dubai.

Chofer, guía local y la seguridad de la palabra de un jordano. Hay que confiar en la gente, así que nos tiramos a la piscina. Nos salió bien y pagamos por las dos unos 230 dinares por todo, los trayectos en taxi de ese día para ir a Little Petra, el transporte dos días después hasta el desierto, el jeep, comidas en el campamento, la noche en la tienda y el traslado al aeropuerto el último día. Hicimos unos cálculos rápidos antes de aceptar y regatear, pero nos parecía justo, quizás podríamos habernos ahorrado algo haciéndolo todo por nuestra cuenta y buscando individualmente cada una de las cosas, pero si algo nos había quedado claro es que iba a ser difícil encontrar un taxista que hablase inglés, y Khaled se encargó de recordárnoslo.

La decepción de ese día fue importante, porque Petra en sí no es más que un atractivo turístico al que ir, verlo e irse, no hay una ciudad o un núcleo urbano que haya crecido y se haya desarrollado a partir de sus ruinas, como puede ser Atenas. Directamente no hay nada, no se puede pasear ni ver nada, es todo pobreza y suciedad. Lo que se ve "urbanizado" es lo que llaman "el centro de visitantes" que no deja de ser la entrada a las ruinas de Petra, una pequeña plaza donde hay unas gradas a lo anfiteatro diminuto, tiendas de souvenirs y las taquillas para comprar las entradas. 

Alrededor de esto, una veintena de hoteles feos, hoteluchos sombríos y hostales que parecen burdeles construidos de manera desordenada, sin sentido y sin calles como las que aquí entendemos. Justo enfrente de la entrada del centro de visitantes, comienza una recta mal iluminada con cinco o seis restaurantes, tres tiendas y una casa de cambio. Ya. Nada más. 

El pueblo que se ha desarrollado gracias al turismo arqueológico en Petra se llama Wadi-Musa, pero hay que ir en coche desde lo que es Petra en sí. Desde donde nosotras nos alojamos veíamos unas cuantas casas salpicadas por la montaña. Nada demasiado atractivo.


Con lo cual el plan de Khaled de llevarnos hasta Little Petra era lo único que podíamos hacer, y nos serviría como aperitivo de todo lo que veríamos al día siguiente. Nos encantó, y no es nada comparado con lo que es Petra. Pero después de un día bastante extraño por fin estábamos paseando solas en la ciudad perdida antes de que cayese el sol. Khaled nos dejó allí y antes de salir del taxi nos alertó (él intentaba aconsejarnos, pero su tono de voz lo delataba) de que no hablásemos con nadie, que los beduinos nos ofrecerían ser nuestros guías pero que después, exigirían que le pagásemos por la información. Nos avisó de que eran pesados pero que simplemente los ignorásemos. "Sobreviviremos, ¿no?", sin respuesta...

Little Petra
Cuando llegamos el templo tallado en la roca no había nadie y lo único que rompía el silencio era un beduino tocando la flauta que parecía Jack Sparrow. Pero con los ojos mejor delineados que los míos y con las pestañas más espesas que he visto en un chico. La entrada caminando por la arena y con esa banda sonora de fondo fue mágica.

Jack Sparrow rápidamente se ofreció a hacernos una foto y de la nada apareció otro local, que cuando me di cuenta, me estaba tendiendo la mano y ayudando a subir a una cueva para explicarme que las pinturas del techo eran las únicas que habían sobrevivido al incendio que había dejado a Petra en el olvido. ¡Mierda! Estamos haciendo todo lo contrario a lo que nos había aconsejado Khaled, y sin ser conscientes. Son liantes al extremo pero agradables, no tan pesados como me los había imaginado.

En menos de una hora, o en una hora escasa, habíamos ido hasta el final de Little Petra. Como empezaba a oscurecer volvimos a la entrada para que nuestro taxista particular nos llevase al hotel, del que sólo salimos para cenar algo en la única calle existente. El plan era tomar una cerveza, pero en ningún restaurante servían alcohol, lo más parecido a cerveza era la 0,0%, así que acabamos en el único que nos ofreció servirnos una "normal" (Sandstone Restaurant), pero para tomárnosla dentro del local o sino en la terraza (donde estábamos sentadas) pero servida en una taza, como quien se bebe un café vaya. Aceptamos.

Día 3 (25 de septiembre): todo el día en Petra. Noche en Petra

Nos levantamos "temprano" y a las 11 estábamos en las taquillas del centro de visitantes. Calculamos que para verlo todo sin agobiarnos y sin que se nos hiciese de noche necesitaríamos unas 6 horas, teniendo en cuenta que el sol se pone sobre las 18h de allí. Lo más importante es ir con ropa y calzado cómodo e hidratarse durante todo el día. Se puede comer y comprar agua dentro sin problema.


Con el ticket de un día (50 DJ) está incluido un trayecto a caballo o en burro de unos 400 metros, que viene siendo la primera recta desde que pasas el torno hasta que hay "algo que ver". Aquí empezó el acoso y derribo de los beduinos, porque nosotras queríamos ir andando tranquilamente, pero ellos se empeñaban en ofrecernos el paseíto en el animal de turno.


Justo antes de entrar, al lado de las taquillas, 3 carteles con diferentes fotos nos informaban de cosas que deberíamos evitar una vez dentro. El primero era un niño pequeño con ropa andrajosa vendiendo postales con un texto en inglés que rezaba: "este niño no tendría que estar vendiendo postales a los turistas, sino en la escuela". El segundo era un señor gordo, típico yankee, a lomos de un burrito con un texto que venía a decir que los animales también sufren, que si eres obeso mala suerte, que no elijas como medio de transporte un animal que no puede soportar tu peso. Y el tercero era una anciana vendiendo piedras que ponía algo como "Petra ni se compra ni se vende" que no nos dejemos timar y que no nos llevemos piedras a casa. 


Primera bofetada de realidad al poco de empezar a caminar al ver a un niño pequeño vendiendo la misma ristra de postales del cartel y a otras cuantas niñas ofreciendo pulseras. Pero ya se nos partió el corazón cuando lo único que nos pedían eran galletas. A mí se me aparecía mentalmente Rania de Jordania en sus famosos posados ostentosos del ¡Hola! y me iba poniendo enferma a medida que pasaba el día.


Lo del gordo en burro no sé si lo vimos, pero lo de las ancianas exactamente lo mismo. Qué pena. Los visitantes de cualquier país pagamos 50DJ por un día, los jordanos solamente 1 dinar, por lo que pagan para hacer algo de negocio dentro vendiendo lo que pueden. 


Nos contaban que la temporada alta en Jordania empieza en octubre, nosotras estuvimos allí la última semana de septiembre, no completamente solas pero casi. Esto fue lo que más me gustó, que me esperaba aglomeraciones y colas del estilo del Coliseo en Roma o las Pirámides en Egipto y fue todo lo contrario. 


Le entrada a la ciudad se hace por el Siq, un desfiladero que se abre paso por las rocas que lleva hasta las ruinas más famosas de Petra, el tesoro. Para llegar hasta la fachada más fotografiada de la ciudad perdida había que caminar kilómetro y medio por este camino o podías ir con un local en una calesa. El trayecto fue alucinante y pasear por el Siq sin encontrarnos con apenas nadie fue todo un lujo. En algunos tramos el ancho es de tan solo 3 metros y las rocas, según Wikipedia, tienen una altura que oscila de los 91 a los 182 metros de altura.



Siq
Se puede apreciar el paso del tiempo en las rocas, ver los diferentes colores y formas que la erosión ha terminado de pulir (son suaves). Yo me sentía como si me hubiese colado en un wallpaper de los típicos de Windows. La verdad que es un sitio que hay que ver en persona, porque la luz que tiene es imposible captarla con una cámara; según como se proyecten los rayos del sol y a medida que avanzas el ambiente es otro.


El Tesoro de Petra
Llegamos al "Tesoro" (o "Al-Jazneh") dejando atrás el Siq en un camino que se nos hizo más bien corto. Al final y en la estrechez de las rocas se atisbaba la fachada tan icónica de Petra. De nuevo la luz aquí es determinante para admirar la grandiosidad de este templo desde esta perspectiva. A la llegada varios camellos descansaban enfrente del Tesoro y como nos ha pasado siempre en este país, el número de locales vendiendo cosas era bastante mayor que el de turistas.

Una maravilla. Y es que no hay otra palabra para definir Petra que ésta, que forma parte de las 7 Maravillas del Mundo Moderno desde 2007. Por algo será. Además de llamarse "la ciudad perdida" también se le conoce como "la ciudad rosada" y es que el color de las rocas y la arena a medida que va cayendo el sol deja este tono en el horizonte y mires donde mires es el color protagonista.

Después de observar cada detalle del Tesoro seguimos caminando por la "Calle de las fachadas" hasta llegar al "Teatro", donde hicimos una parada en una tienda-bar-indefinido y allí un beduino nos explicó que para llegar al Monasterio (o Ad-Deir) había una distancia de unos 8 km y 800 escalones hasta llegar a lo alto de una montaña.



Tardaríamos en en llegar hasta allí unas dos horas caminando, cuatro entre ir y volver, y la visita era más que obligada. Así que nos ofrecieron hacer el trayecto de ida en burro, que nos dejaría casi en el Monasterio (final del recorrido turístico), ahorrándonos tiempo y la mitad de esfuerzo, ya que volveríamos a pie. Como no teníamos más que 26 dinares, ese fue el precio que acordamos y accedimos. Nos daban pena los burritos porque llevábamos horas viéndolos pasar cargados con turistas y descansando apoyados en las rocas. Así como los camellos tienen cara de felicidad (parece que sonríen) a los burros se les veía tristes y tremendamente cansados. Fue el beduino que vino con nosotras todo el trayecto el que nos convenció de que estaban acostumbrados y que nosotras para ellos éramos una carga ligera, ya que pueden soportar unos 100 kilos, que no teníamos que preocuparnos porque no sufrían. 


El Monasterio 
Son muchos los turistas que van en burro o en camello, los más valientes (y los que llegan a Petra a las 8 de la mañana) hacen la ida y vuelta andando. Menos mal que al final nos dejamos liar y fuimos en burro, porque de otra manera habríamos acabado exhaustas y no nos habría dado tiempo. No fue un paseo demasiado agradable entre los botes y el miedo que pasamos cuando el animal subía los "escalones" desgastados, empinados y resbaladizos... un auténtico show. Algún tramo de escaleras es bastante estrecho y otros directamente a escasos centímetros de un barranco rocoso al que si caes, es una muerte segura (y dolorosa).

Unos 40 ó 45 minutos después, habiendo dejado atrás las Tumbas Reales, la Calle de Columnas y el Castillo de Al-Bint llegamos al final de nuestro recorrido en burro. Con el culo dolorido y las manos deshechas de agarrarnos al asidero del pobre animal, el beduino que nos acompañaba se despidió de nosotras y nos dejó a varios metros del Monasterio, que encontramos caminando sin mucho esfuerzo.


No es el templo más famoso de la ciudad perdida, pero es incluso más alto e igualmente espectacular que el Tesoro; y más cuando te lo encuentras sin nadie alrededor, como esperándonos. Justo enfrente hay otra tienda-bar-loquesea con bancos bajos colocados para admirar la majestuosidad del lugar. Allí nos quedamos un rato descansando para seguir el camino a un par de zonas elevadas en los que carteles "artesanales" prometían "las mejores vistas de Petra".

Subimos a los dos altos que se anunciaban como tal y en uno de ellos vivía un chico local que tenía nuestra edad, 25 años. Su semejanza con el pirata Jack Sparrow a estas alturas no nos sorprendía porque es el look de los beduinos: pañuelo, ojos pintados con khol, el mismo tono de piel y color de pelo. Estuvimos charlando un rato con él, nos invitó a un te y nos contó que llevaba años viviendo allí, sin electricidad ni agua, literalmente en una cueva. 


Bajaba dos veces por semana al pueblo y con eso para él era suficiente. En la tienda-cueva que tenía allí montada vendía agua, refrescos y algunos snacks. Durante el tiempo que estuvimos con él le dio tiempo a convencernos de que vivir así era calidad de vida, al menos para Sara durante una semana de "desconexión y encontrarte a ti mismo", para mí ni durante 48 horas.


La vuelta se nos hizo bastante larga, volvimos a encontrarnos en la "tienda-bar" con los beduinos-amigos que nos convencieron para ir en burro, que nos propusieron ir a ver la puesta del sol al "Lugar de Sacrificio", pero estábamos demasiado cansadas como para caminar más, así que preferimos volver a ver el Tesoro y el Siq por nuestra cuenta después de la charla.


En ese momento la ciudad se había vuelto rosa, y mirases hacia donde mirases ese era el color que invadía Petra. Parecía como si mirases a través de la lente rojiza de unas gafas o con un filtro de Instagram colocado en la retina. Petra es mucho más bonita con la luz del atardecer, se aprecia de manera más nítida la intensidad de sus colores y las formas de las rocas.


Cuando llegamos otra vez al Tesoro, la zona estaba acordonada y cerrada al público por un grupo de personas de la UNESCO que nos echó del lugar con cajas destempladas. La explicación fue que estaban escalando y podría caernos algo en la cabeza, así que deshicimos el camino para irnos atravesando el Siq.


Este día caminamos, según Google Fit, 6 horas y 26 minutos, pero estuvimos un total de 8 horas en Petra. Contando con el ahorro de tiempo al ir varios kilómetros en burro y que hicimos el recorrido principal (sin meternos por calles transversales) constatamos que hace falta un día entero para Petra. La entrada de dos días cuesta 55DJ (la de uno son 50) con lo que si lo hubiésemos planteado de otra manera quizás lo habríamos dividido en dos días, aún así en uno se puede ver lo más importante.


Salimos de Petra, nos fuimos al hotel y después bajamos a cenar a la calle que tiene el monopolio de los restaurantes y al único sitio al que puedes ir caminando. Esa noche elegimos "The Oriental Restaurant", al lado del que nos habían servido la cerveza en taza la noche anterior. Justo antes de que llegase nuestra comida todos los locales allí concentrados y las pocas farolas que iluminan la zona, sufrieron un apagón total.


Sumidas en la más absoluta oscuridad acabamos cenando iluminadas por la linterna del móvil (y una vela que nos trajo el camarero) hasta que volvió la luz; una mera anécdota para ilustrar las condiciones de penuria de Wadi-Musa que tanto nos sorprendieron.


Día 4 (26 de septiembre): desierto Wadi Rum. Noche en campamento beduino 

Habíamos quedado con Khaled en que nos recogería en nuestro hotel a las 11 después de hacer el check-out, pero esa misma mañana nos avisó de que no podría venir hasta las 12:30. Ante nuestro evidente enfado accedió a venir antes, pero el que nos vino a buscar en un taxi oficial no era él, sino su supuesto "primo". Éste nuevo taxista en escena nos llevaría hasta el pueblo en el que vivía Khaled para hacer un intercambio de taxi y poner rumbo (al fin) a Wadi Rum, al sur de Jordania.


Llegó un punto en el que nada nos sorprendía de los "tejemanejes" de esta gente y estábamos acostumbradas a los cambios de última hora, a subir y bajar de coches con las maletas a cuestas y a las explicaciones imposibles. El nuevo taxista también hablaba inglés y era simpático, hicimos una parada en un mirador con vistas a Petra y nos estuvo explicando un par de cosas. Varios kilómetros después, nos encontramos con Khaled, que estaba con una pareja de turistas argentinos, e hicimos el "transbordo" de taxis.


Un par de horas después estábamos en el desierto de Wadi Rum, o "Valle de la Luna", con el que sería nuestro conductor por el mismo, Salam (Salami para nosotras). Khaled dejó aparcado el coche y nos cambiamos a un "Jeep" que nada tenía que ver con lo que nos estábamos imaginando, sino que era una camioneta Toyota destartalada del año de la pera acondicionada con asientos improvisados. Cargamos las maletas y pusimos rumbo al campamento con varias paradas por el camino y una prometedora puesta de sol.

El trayecto de un par de horas incluyó una parada para ver las inscripciones antiguas en unas rocas ("venga Salami eso lo escribisteis vosotros ahí el año pasado..."), después una gran duna de arena roja (todo el desierto es rojo), otra en una gruta de roca estilo el Siq de Petra, pero con un acceso mucho más complicado (sobre todo con la falda larga que decidí ponerme para la ocasión...) y finalmente llegamos al campamento.


Si el camino en burro estuvo lleno de baches y botes, el del "jeep" no se quedó atrás. Había tramos en los que verdaderamente hacía falta sujetarse a los barrotes para no perder el equilibrio. El enclave no podía ser más marciano ni más diferente a lo que habíamos visto hasta el momento. El rojo del desierto era tan brillante que no podíamos dejar de mirar hacia todas las direcciones.

Nos instalamos en nuestra tienda (había 10), que según Sara era "de lujo". La coña es que lo decía completamente en serio ya que para empezar podíamos estar de pie, tenía dos camas con su sábana y su manta, una mesita y, lo más importante, una ventana "monísima". Es decir, no era una Quechua diminuta en la que duermes en un saco de dormir y al día siguiente te mueres con el efecto invernadero una vez que amanece.


De lujo en sí no sé si era, lo que era alucinante era estar rodeadas de absolutamente nada en medio del desierto con las vistas a las rocas rojas por la ventana. Para nuestra sorpresa había duchas y WC, que no contábamos con ello, y un par de tiendas más grandes y abiertas a modo de "bar-salón" y otro "comedor" decorados con tapices, sofás y mesas bajas.



Campamento en el desierto de Wadi Rum

Una vez instaladas tomamos un te con Khaled y Salam mientras charlábamos un rato de las impresiones del desierto. Tumbados en los distintos colchones del "bar-salón" y con el silencio y la paz que reinaban, Sara decidió "descansar" (dormir) un rato hasta que se pusiera el sol. Yo cogí mi cámara y preferí explorar un poco la zona por mi cuenta. Cuando salí de la tienda tenía a Salam dispuesto a enseñarme más de "su desierto", así que me descalcé y accedí a su propuesta.

Subimos hasta una zona con unas vistas impresionantes y tuvimos una conversación muy interesante que aún a día de hoy me ha dejado pensando. Le pregunté cuántos años tenía e hizo algo que odio; "adivínalo". Soy malísima echando edades y suelo decir de menos para no ofender a la persona, pero esta vez me salió fatal. "Mmmmm, 27?" lo peor es que estuve un rato pensándolo, fijándome en su cara curtida por el sol y el viento, en las marcas de su piel, en las arrugas de expresión de su frente, en las manos resecas, en sus pies descalzos... Tenía 22. Me dio un ataque de risa mientras me ponía de todos los colores posibles.


Junto con Khaled, él era dueño del campamento, con 22 años pero apariencia de treintañero, me empezaron a asaltar un mar de dudas. El único contacto que había tenido Salam con algo que no fuese el desierto era el norte de Arabia Saudí, no conocía más mundo que Jordania, y en concreto el desierto. Aún así se le veía un chaval espabilado, pero cuántas diferencias había entre nosotros.


Conocía el mundo a través de la gente extranjera que dormía en el campamento y hablaba inglés por el mismo motivo. Sentí pena por él y a la vez por mí. Mientras yo no dejaba de pensar él me contaba su vida y me hablaba de las estrellas, la luna, el sol... yo empecé a enumerar todos mis problemas aparcados en España hasta mi vuelta e imaginé los suyos, que seguro eran mucho más simples.


¿De verdad lo nuestro se puede llamar "calidad de vida"? Por un momento me imaginé mi vida en medio del desierto, sin más preocupación ni responsabilidad que pasear a los turistas, charlar con ellos de manera distendida y explicándoles orgullosa de donde vengo. Sopesando posibilidades yo creo que esta gente es infinitamente más feliz que nosotros. De repente todos mis "problemas" me parecieron tan absurdos y ridículos... el que tendría que sentir compasión por mí era él.


Salam me dijo que "cerrase los ojos" y le "diese la mano", tampoco tenía más opción y me dejé guiar por él en el desierto, eso sí, mis pies no estaban tan curtidos como los suyos y me costaba dios y ayuda caminar sin hacerme daño pero me prometió llevarme al mejor lugar para hacer fotos. Estuvimos hablando hasta que vimos a Sara atravesando el campamento y yo bajé con ella para ver la puesta de sol que tan bien nos habían vendido los beduinos.




Pensé que los colores de Wadi Rum no podrían ser más bonitos de lo que ya habíamos visto, pero me equivocaba; una vez que se había ido el sol el desierto se imponía ante nosotras de un rojo vibrante que dejaba sin habla. Una vez que anocheció pudimos ver un cielo estrellado libre de contaminación lumínica que no podíamos dejar de mirar.


Después de la cena nos apetecía algo dulce, y como nuestros deseos eran órdenes para ellos, Khaled y Salam se ofrecieron para ir a comprar algo a una tienda remota en el pueblo más cercano; nosotras les acompañamos. El trayecto fue de unos 20 minutos en la negrura más espesa del desierto, y mientras ellos iban a resguardo del frío dentro del jeep, nosotras nos tumbamos en la parte de fuera para no perder detalle de ese cielo estrellado que seguro tardaremos en volver a ver. 


El viajecito de ida y vuelta al pueblo no fue tan exprés como esperábamos, pero volvimos con todo lo necesario. Continuamos la charla alrededor de una hoguera y se unieron un par de amigos ingleses, un chico y una chica de nuestra edad bastante sosiños. Nos fuimos a dormir en el silencio y la oscuridad más absoluta. 


Día 5: mañana en el desierto y vuelta al aeropuerto


Mar Muerto - Wadi Mujib
Nos levantamos temprano, desayunamos, y dejamos el campamento vacío. Los ingleses continuaban su viaje hacia la reserva natural de Wadi Mujib en Madaba (Mar Muerto), a mitad de camino del aeropuerto, así que compartimos taxi con ellos. Subimos todos al jeep y atravesamos el desierto hasta el coche de Khaled. Tardamos unas 4 horas y pico en llegar al aeropuerto con una parada breve para tomar algo. 

Volvimos por la carretera del Mar Muerto y pudimos ver de nuevo el azul intenso del paisaje, tan distinto del del desierto... La verdad que la vuelta se hizo algo pesada en comparación a la ida, lógicamente no era lo mismo ir cuatro que dos en el coche, pero además sabíamos que era el punto y final del viaje y el entusiasmo no era el mismo que el día que llegamos al país.


Si tuviésemos un par de días más habríamos ido a Karak y a Jerash, pero seguiríamos prescindiendo de Amán, la capital. De todas formas el itinerario que hicimos y cómo nos organizamos para cinco días nos pareció el más inteligente, aprovechamos todo lo que pudimos.


Me dio pena irme pero volví con muchas experiencias y sentimientos nuevos... que es de lo que se trata. Estoy feliz de haber visto y aprendido tanto de un país que superó mis expectativas con creces. Por mucho que os cuenten, por muchas fotos que veáis, nada es comparable con estar allí, pocos sitios me han impresionado tanto como Petra, ni un cielo me ha hecho reflexionar tanto como el que nos amparaba en el desierto.


Qué bonito es Jordania, sus colores, su luz y su gente.


¿Próximo destino?

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