Inevitable, como el miedo que entra al atravesar el pasillo
de madrugada, ese miedo que por unos segundos te paraliza y hace que corras
hasta llegar a la puerta de tu habitación y aferrarte al picaporte, como si al
otro lado de la puerta estuviera la salvación a eso que no existe y que tu
cerebro ha querido inventarse para poner tu mente a prueba.
Inevitable, como ponerse el auricular con la R en la oreja izquierda y la L en la derecha, como la caída de la tostada por el lado de la mantequilla y como la pérdida del autobús, que se aleja mientras te quedas plantado en la parada con la única solución de empezar a caminar bajo la lluvia de una tarde de invierno. Imposible escapar de la ley de Murphy.
Inevitable, como ponerse el auricular con la R en la oreja izquierda y la L en la derecha, como la caída de la tostada por el lado de la mantequilla y como la pérdida del autobús, que se aleja mientras te quedas plantado en la parada con la única solución de empezar a caminar bajo la lluvia de una tarde de invierno. Imposible escapar de la ley de Murphy.
Inevitable, como coger el bolígrafo azul pensando que es el
negro y que no pinte, como saludar por la
calle sin voz, con un “adiós” sin fuerza que sale del fondo de las entrañas.
Como el viento que le da la vuelta a tu paraguas plegable o el semáforo que se
pone en rojo cuando tienes prisa y ya has empezado a cruzar. Inevitable como el
plazo que se pasó, el examen para el que no estudiaste lo suficiente o el plan
al que nunca llegaste a tiempo. La película a medio empezar y los créditos sin
terminar cuando abandonas la sala del cine al que hace mucho que no vas.
Inevitable como que la gente que viene y está, se va. Como
que cambia y te cambia. Que creces y cambias, tú y los que están ahí. Sin casi
darte cuenta esa canción que te gustaba tanto suena absurda, tu película
favorita sigue siendo la misma, no es tan fácil cambiar algo que te marca. Marcas
en la piel, en el alma, porque, ¿de qué estamos hechos sino? De tiempo y de
marcas que van dejando experiencias a las que acudirás a buscar consejo dentro
de unos años.
Inevitable como el miedo al dentista, al dolor, a la
ausencia y al adiós, que siempre viene sin previo aviso. Como el número de
teléfono que te sabes de memoria y que nunca marcas, pero que está ahí para
confundirse con el tuyo cuando te lo piden. Como la inspiración de madrugada o
el sueño del que madruga. Como intentar retener el tiempo entre las manos y la
lágrima que lucha por caer.
Inevitable como el momento de las despedidas, algunas para
siempre, otras se resumen en un “hasta luego” que te deja el cuerpo helado,
como si una parte de ti se la llevase la otra persona, sin tener la decencia de
pedir permiso. Como el beso perdido en un quizás o el abrazo que acaba en
llanto. Aeropuertos, estaciones de tren o paradas de metro que separan con
kilómetros de momentos que no vuelven.
Inevitable como la ignorancia del que habla sin saber o el
que contesta con la impertinencia de un maleducado que presume de buenos
modales. Como la lluvia que se cuela en tus zapatos y como la sonrisa del que
descubre algo por primera vez (o el que lo disfruta por última). Como los
propósitos de año nuevo que mueren con la misma rapidez con la que han llegado.
Inevitable como los nervios ante lo desconocido, o como la
tranquilidad que da el mar, tan misterioso y tan envolvente, tan relajante e
inquietante a la vez. Como el nombre que se te viene a la cabeza cuando pasas
por esa calle y como la risa floja del momento tonto del día. Imposible detener
un estornudo o un sentimiento que te aprisiona el pecho y no tiene escapatoria.
Inevitable como las casualidades, los encuentros y las horas
hasta el amanecer llenas de ruido y luces que te nublan la vista bajo un cielo
iluminado por la luna, brillante y ausente; luna que parece que atrapas entre
los dedos mientras guiñas un ojo, cuando está tan lejos que a su lado no
existes. Como la vuelta a casa, al olor de lo cotidiano y a la comodidad de lo
familiar, que está ahí aunque tú no lo estés.
Inevitable como querer saberlo todo de ti, de tu vida, de
tus intereses, tus inquietudes, tus problemas, tus preocupaciones, tus vicios,
tus manías, tus metas y tus miedos; para guardarlos con los míos bajo llave. Inevitable como el egoísmo que se siente
cuando no quieres compartir a alguien, cuando quieres tener el poder de robarle
el sueño.
Inevitable como esa sensación de déjà vu que te transporta
al pasado que fue futuro y ahora es presente. Que hace que no entiendas nada
pero que no te importe, porque si todo está bien, ¿qué más da eso de entender?
Lo racional para quien le guste, para el que no tenga impulsos y no se fíe de
su instinto. Para el que estudia cada movimiento y piensa cada jugada.
Inevitable como esa conexión extraña que parece que lleva
ahí años, extraña en la totalidad de la palabra y con toda la esencia de la
parte positiva que desprende. Inevitable como echar de más lo que antes echabas
de menos y echar de menos a los que no conocías.
Inevitable lo que no se puede (ni se quiere) evitar.
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