Levantarse, desayunar, ducha y a clase. Esto si tenemos clase
de mañana, pero en la Catho solemos tener a horas tan raras y dolorosas como a
las 13:30h, a las 14:00h o a las 15:14h.
Tere y yo llevamos toda la semana prometiéndonos que a las
10 nos levantaremos y aprovecharemos la mañana para hacer cosas. Lo raro es que
nos vayamos a dormir antes de las 2, por lo que cuando ella me insiste en que
vamos a madrugar y va a venir a las 10 en punto a despertarme, yo me río por
dentro y le digo que sí, que yo también voy a levantarme y hacer cosas
productivas (jajajajaja), ella se medio pica y me repite que vendrá a
despertarme. Van cuatro días que nos levantamos un poco más tarde de las 11.
Sobra decir que las sábanas tienen una fuerza sobrenatural que atrapan hasta al
más dispuesto. Pero Tere no pierde la ilusión de ponerse el reto de amanecer
antes del mediodía y cuando entra en mi habitación yo sigo durmiendo, me sube
la cortinita de la velux cual madre y mientras ella desayuna, yo intento
auto-convencerme de que tengo que levantarme. Esta mañana ha sido más fácil
convencerla a ella de que se quedase durmiendo conmigo “cinco minutitos más” y
nos han vuelto a dar las 11.
A pesar del remoloneo mañanero, nos pasamos el día con
prisa, corriendo, subiendo y bajando escaleras, perdiendo autobuses y esperando
ascensores. El horario francés nos hace comer tempranísimo y llegar a clase con
la comida en la boca. Se nos desbarajustan los planes y los biorritmos que
hemos llevado durante 21 años. Tenemos que salir corriendo de casa para llegar
a tiempo a la facultad. Sobra decir que siempre llegamos rozando la hora; o
perdemos el bus porque nos pasa en las narices, o salimos de casa cuando la
clase está a punto de empezar.
Salimos de clase, vamos a casa y tenemos que cenar a ritmo
de engulle para poder coger el último bus y no tener que esperar a los de la
soirée (la noche). Ni un segundo para respirar. Hay días que, obviamente, no
apetece comer a las 12 un filete después de haber desayunado a las 10 y nos
vamos a clase con los cereales bailando en la tripa. Salimos de la Catho por la
tarde y cuando llegamos a casa no tenemos hambre, tenemos principios de muerte
por inanición. Entre las prisas, los horarios que nos marcamos, las comidas a
deshoras y el agobio de las clases, vamos a volver a España con la angustia de
mirar el reloj y calcular horas para cualquier plan que tengamos en mente.
Para romper con la monotonía del golpe de corneta, ayer fue
un día pausado; estuvimos todo el día en casa haciendo trabajos, nuestra única
visita fue Clara por la mañana, ni siquiera hablamos con Flora de lo absortas
que estuvimos cada una delante de la pantalla de su ordenador. La prisa llegó cuando
salimos de casa a las 8 menos algo para ir a comprar con el Super U a punto de
cerrar. Ya era noche cerrada y nuestro
pseudo-pijama fue el atuendo elegido para la ocasión, calzadas con botas estilo
Ugg que usamos a modo de zapatillas nos fuimos decididas a llenar nuestra
nevera, tan pequeña como es, se llena y se vacía al mismo ritmo.
Estuvimos tantas horas sentadas, concentradas y trabajando
que cuando nos vimos las dos en la calle son semejantes pintas y con una bolsa
del tamaño de un paracaídas, nos daba la risa como si llevásemos encima unas
copas de más. Para arreglar la situación absurda, Tere se tropezaba a casa
paso, tantas veces que perdí la cuenta, la boca que tiene una de sus botas era
la culpable. Admito que yo también me tropecé, pero una vez, no soy capaz de
andar como una persona normal calzada con esas botas de oso de las nieves.
Si sigo hablando de las prisas, es obligado decir que en
Angers (y en Francia en general) las tiendas pequeñas cierran a las 7, el Super
U y las galerías Lafayette a las 8 y el Spar a las 9. Las tardes en Angers no
existen, son un invento de los españoles que aquí echo mucho de menos. Tomar
algo e ir de tiendas hasta una hora prudencial es un plan imposible. El día
empieza demasiado pronto, se hacen largos y a veces eternos, sin embargo miras
el reloj y solamente son las 7 de la tarde, pero tienes la sensación de que son
las 11 de la noche y el día está acabado.
Se vacían las calles y muere la ciudad, que resucita gracias
a los españoles que nos empeñamos en hacer vida nacional en territorio hostil.
Pero nuestros horarios aquí no funcionan y hay que adelantar todo un par de
horas (incluso tres). No es que yo viva en España a ritmo canario, pero la
prisa en este país se les va de las manos.
Besos
Debe ser complicado adaptarse a otro ritmo,por eso mucho ánimo,aupaaaaa.Bss
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