Tras el percance arácnido, Tere y yo seguimos vivas; eso sí,
ahora hay un ritual para salir de casa que se debe seguir a rajatabla. Yo bajo
primero las escaleras y me cercioro de que no hay nada que pueda perturbar la
paz interior de mi compañera, posterior registro, sujeto la puerta y ella sale
corriendo escaleras abajo como si tuviera una bomba en la retaguardia a punto
de explotar, lo mismo para entrar. Todo un espectáculo digno de ver. Eso sí, está
ejercitando los gemelos que da gusto. Tere es a la arañas como yo a madrugar, pánico
absoluto.
Esta semana volvimos a las clases con lo que todo eso
conlleva, trabajos y horas en la uni. Té con Flora, cenas con los vecinos, noches de ver Lost y alguna
que otra conversación por Skype para ponerse al día con nuestra vida en España.
Hacía mucho que no les veía la cara a alguna de mis amigas, como a Maroca, que
ahora está de Séneca en Salamanca, a Pazos que se me ha ido a Lugo y a Eukene,
que sigue en Tarragona. Tuve el placer de hablar durante un rato largo con cada
una de ellas. Jaime también se pasó a saludar vía Skype, pero para ponerme al
día de su nueva vida Erasmus en Lublin (Polonia). Mis primas Sara y Marta
también me amenizaron alguna tarde desde Padrón, y mis padres son los fijos de
casi todos los días en Compostela. En cuanto hay un atisbo de morriña es genial
poder conectarse y hablar durante un rato :)
Volviendo a nuestra semana, el jueves hicimos una cena todas
juntas en casa de las queridas (Isagata and co), que estuvo muy bien, con sus fajitas y sus quesos reglamentarios, pero no llegamos a salir
porque a las dos cerró todo en la Bressigny (la calle de los “pubs”) así que
nos fuimos a casa tempranito. El viernes y el sábado sí que hubo soirée, por lo
que el domingo teníamos acumulado el cansancio de todos los días y no teníamos
ninguna intención de hacer nada que supusiera demasiado esfuerzo.
Aquí lo de no hacer nada no se lleva, por lo que nuestro plan
de descanso y honguear hasta echar raíces, se vio truncado. Nos habíamos
comprometido con nuestra querida vecina taiwanesa Flora para cenar juntas y no
nos acordábamos (o no queríamos recordarlo). La cena en cuestión, iba a ser
sobre las 6, así que nos torcían todos los posibles planes, pero con este
horario es lo que hay. Decidió quedar temprano porque ella quería preparar
raviolis (una comida taiwanesa que nada tiene que ver con los italianos), que
requiere bastante tiempo de preparación; además venían también Olga, una chica
mexicana, Sun Hee, el chico coreano del que ya he hablado por aquí, y Yusuke,
el chico japonés que también vive con nuestra familia.
Cada uno haría una comida típica de su país. A Tere y a mí
se nos ocurrió la magnífica idea de decirle a Flora que íbamos a hacer
croquetas, en un momento de álgida motivación, además se las vendimos mucho y
muy bien. Partiendo de la base de que ninguna de las dos sabíamos como se
hacían (a pesar de ver a nuestras madres hacerlas un sinfín de veces),
recurrimos a nuestra amiga chef, es decir, a Clara, que se ofreció a ayudarnos
y nos salvó de quedar mal en la cena internacional.
Pero volviendo al tema, estábamos Tere y yo vagueando, post-comida
de domingo, en pijama todavía y con las gafas puestas, cuando Flora llamó a
nuestra puerta para decirnos que al acabar con nuestro quehaceres podíamos ir a
ver cómo hacía los raviolis. Inocentes de nosotras, un día lejano, le dijimos
que queríamos aprender, lo que no sabíamos era lo que nos esperaba en realidad.
Empiezo por lo fundamental, los raviolis son como
empanadillas de toda la vida de dios con un relleno dentro, la masa es la misma
y se hace igual que la que conocemos en España. El relleno en cuestión es carne
picada con zanahoria rayada, champiñones picados, cebolla y salsa de soja.
Yo me iba comiendo el postre cuando entré al estudio de
Flora, que se vio interrumpido porque nos sentó a cada una en una silla y nos
puso a amasar, cortar cebollas, rayar zanahorias, triturar champiñones… y como
aquí no disponemos de artilugios de cocina de nivel como en nuestra casa, a
golpe de cuchillo tuvimos que cortar los mil y un ingredientes.
Empezamos amasando, ella nos lo vendía como algo divertido,
y Tere y yo amasa que te amasa hasta que tuvimos los deditos atrofiados. A mí
me venía mi madre a la mente haciendo empanadillas (de las de verdad), cuando
me sentaba en la cocina y me daba un trozo de masa que yo amasaba con el
rodillo de la plastilina, lo hacía para entretenerme y que estuviera callada un
poco, pues esto era lo mismo, Flora a lo madre y Tere y yo como sus pequeñas,
afanadas en dejar la masa homogénea y esponjosa.
Cuando no podíamos más del dolor de manos y brazos, nos
cambió de tarea. Cortar, cortar, cortar… A mí me lloraban los ojos de cortar tanta
cebolla y a Tere se le resentían las manos de rayar tantas zanahorias. Flora
nos había embaucado en un trabajo de chinos sin comerlo ni beberlo. La gracia
es que teníamos todo sin recoger en nuestro estudio y las croquetas por hacer.
Cuando llegó Clara nos pilló en plena faena haciendo raviolis como en una
cadena de montaje. Tere amasaba y cortaba la masa y yo los rellenaba, mientras Flora
se encargaba de hacer más y más masa. Sobra decir que Clara fue la tercera
víctima de los raviolis y allí se quedó encadenada a la mesa con nosotras.
Proceso
Lo mejor fue la afirmación de nuestra vecina “when I made
ravioli I want to kill myself” que viene a decir que cuando hace raviolis, se
quiere morir porque es un auténtico coñazo, lo que nosotras desconocíamos hasta
ese momento. Vaya panorama, las tres en el estudio de Flora, que es diminuto y
lleno de cosas hasta los topes, cortando y amasando sin descanso. Flora vive
como si padeciese el conocido síndrome de Diógenes, ella nos dice que es porque
se siente bien entre tantas cosas. Pero en su estudio puedes encontrarte de
todo, un montón de botes de especias y al lado un champú, bolsitas de té y millones
de libros por todos lados.
En fin, nunca hicimos nada tan elaborado como eso desde que
llegamos, pero he de decir que estaban buenísimos, no se fríen como las
empanadillas normales, sino que se le echa agua al aceite y hay que esperar a
que se evapore para que luego se frían. Pero el esfuerzo tuvo tu recompensa y
la cena estuvo muy bien. Nuestras croquetas estaban cojonudas gracias a la maña
de Clara y al jamón que le trajo su hermana, a nuestros invitados también les
gustaron, y a nosotras todas las comidas que probamos también. Huevos rancheros
mexicanos, una pasta japonesa y los raviolis taiwaneses. Té de postre y galletas
del Mont Saint-Michel.
Resultado final
Tenemos tantas fotos cenando en la mesa que ya me hace
gracia cuando Flora saca su cámara para inmortalizar el momento.
Sun Hee, Clara, yo, Tere, Olga, Yusuke y Flora
Después de la
cena se fueron nuestros invitados y Clara se quedó conmigo y con Tere, nos
dieron las mil y se quedó a dormir aquí. Ataviada con uno de mis pijamas y
obsequiada con un cepillo de dientes que le dio Tere, ya es nuestra compañera
de piso de adopción oficial. Metidas las tres en la misma cama nos dio como el
subidón tonto que le da a los niños pequeños cuando beben Coca-Cola, y no
podíamos parar de reírnos.
Ha sido un finde culinario de lo más entretenido, esta semana empieza con miles de trabajos y cosas que hacer, pero poco a poco y tiempo al tiempo!
Besos
Desde luego esos raviolis tienen una pinta impresionante. Te toca una degustación cuando vuelvas.Bss
ResponderEliminarQue gracia, no sé si estudias tanto como cocinas pero si es así sacarás doble provecho, jajajaja. Cuando regreses te daré el testigo de la cocina y pones en práctica todo lo que vas aprendiendo.
ResponderEliminarTiene delito lo de las croquetas...!!! espero que hayas aprendido a hacerlas. Los raviolis/empanadillas tienen muy buena pinta pero la presentación regulín, regulín. Sigue practicando. Besos
Me lo,pasopipamcuando leo lo que escribes,que conste que estoy de acuerdo con tu madre en los comentarios.
ResponderEliminarReflejas estupendamente como el tere y me da la impresión que sois bastante parecidas.
Estoy muy contenta de que estéis juntas.Un besazo sigue escribiendo Belen