Este año uno de mis propósitos (esos que hago hacemos y no cumplo cumplimos) fue el de leer una serie de libros que mi madre me recomendó, entre ellos la mayoría Premios Planeta. De momento llevo leído uno (El imperio eres tú, de Javier Moro), porque en el medio de mis propósitos aparecieron otros libros que me cautivaron más, y como estaba visto, los (des)propósitos se quedaron por el camino.
Pero este mes, en el ecuador del año, los he retomado sin proponérmelo de manera inconsciente, y he devorado en pocos días el Premio Planeta del 2004. Bajo el título "Milagro en equilibrio" Lucía Etxebarria me conquistó; desde la dedicatoria a su madre hasta los agradecimientos en las 424 páginas que tiene la novela.
Tengo que aclarar que no tenía a la escritora en un pedestal precisamente, al revés, la consideraba una estúpida redomada que rebajó su Premio Planeta concursando en un reality de Telecinco cuando corría el año 2013. Me tragué alguna que otra entrevista que le hicieron en Salvame Deluxe (post-reality y previo pago) haciéndole compañía a mi abuela o a mi madre, y ahora visto en la distancia no me parece que esa Lucía sea la misma Lucía que escribe en nombre de Eva Agulló.
Eva es una periodista que se ha hecho famosa por publicar un libro sobre adicciones; acaba de dar a luz y escribe una novela en forma de diario dedicándosela a su hija recién nacida, Amanda ("en latín, es la forma gerundiva dativa femenina del verbo amar, es decir, que amanda significa «para ser amada».").
La verdad que así resumido parece que pierde un poco de atractivo, pero la manera en la que está escrita la novela-diario es muy entretenida; engancha y se lee con mucha facilidad. No requiere de una concentración abrumadora y se puede leer tranquilamente sin perder el hilo mientras vas en el metro (con el peligro de que absorbe tanto que igual acabas en la parada que pone fin a la línea).
Quizás también lo disfruté mucho porque me ha pillado en este momento transitorio de au pair en el que tengo el instinto maternal por las nubes. Será por eso que puedo identificar unas cuantas de las situaciones que Eva Agulló le narra a su hija con tanta gracia y en las que me reflejaba completamente:
"17 de octubre.
Volvía del pediatra arrastrando el cochecito en el que dormías plácidamente(y es que siempre te quedas traspuesta según te monto en el carro, y no hay método mejor de que se te pase una crisis de llanto vespertino que pasearte en cochecito pasillo arriba, pasillo abajo."
"8 de noviembre.
No me ha quedado otro remedio que llevarte al hospital porque tu padre tenía un compromiso ineludible: Gabi le invitaba al cine y yo no quería aguarles la fiesta. Pensaba que no sería tan complicado, pero ha resultado ser la proeza del siglo, porque el transporte público no está pensado para bebés."
El tono de "Milagro en equilibrio" es claramente en clave de humor, a pesar de que también se desarrollan en la historia temas más serios y dramáticos como la adicción al alcohol de la propia Eva y la evolución de la enfermedad de su madre octogenaria, postrada en una cama de un hospital de Madrid. Pero no quiero desvelar más, como siempre es mejor leerlo y opinar con criterio propio que leer mi opinión y dejarlo ahí (aquí se queda la recomendación).
No necesariamente tienes que haber sido madre/padre para disfrutar de la novela, porque seguro que te sientes identificado con otros personajes que nutren la trama (amigos, familiares, el portero del local del bajo del edificio en el que vive Eva). El humor inteligente con el que está escrito y la manera de contar un acontecimiento tan (incluir aquí un adjetivo que pueda definir este momento de cambio y torrentes emocionales) como es la maternidad te cautiva desde el principio.
Madrid, Nueva York y Alicante son tres de los escenarios en los que a través de flashbacks se reconstruyen las historias pasadas de Eva y se contextualiza el presente. Los ingredientes principales de la novela son: recuerdos, anécdotas, vivencias de la infancia, juventud y madurez que están aderezados con un enclave de personajes secundarios que mantienen viva a la protagonista en cuestión.
A lo largo del libro hay algunas cuestiones aclaratorias sacadas de una enciclopedia médica, entre ellas, al principio de la historia, la definición de "oxitocina".
"OXITOCINA: La oxitocina es una hormona relacionada con los patrones sexuales y con las conductas maternal y paternal. También se asocia con la afectividad y la ternura. Algunos la llaman la «molécula de la monogamia».
La oxitocina influye en funciones tan básicas como el enamoramiento, el orgasmo, el parto y la lactancia. En el período de celo, muchos mamíferos (especie humana incluida) y algunas aves producen químicamente esta hormona tanto desde el cerebro como desde los genitales (ovarios y testículos).
Cuando la hormona pasa al torrente sanguíneo desencadena una amplia serie de sensaciones, casi todas relacionadas con el sexo o con los efectos posteriores al acto sexual. Tanto en hombres como en mujeres, el orgasmo provoca el fluir de esta hormona y, por consiguiente, facilita la circulación del esperma y la contracción de los músculos en los canales reproductores de ambos sexos.
Cuando una persona vive una relación sexual estable y satisfactoria con otra, se hace adicta a su propia oxitocina y se convierte en dependiente de su pareja: ésta es la explicación química del enamoramiento.
La oxitocina estimula además otros comportamientos en las mujeres: relaja los músculos y ayuda en las contracciones uterinas durante el parto, amén de estimular la producción de la leche materna. Y consigue, por supuesto, que la madre se enamore del bebé.
En 1953, el doctor Vincent du Vigneaud sintetizó químicamente la oxitocina, razón por la cual dos años más tarde recibió el premio Nobel de Química. Desde entonces se cuenta en obstetricia con oxitocina sintética altamente purificada que se emplea, básicamente, como inductora del parto.
En España, en la mayoría de los hospitales se recurre a la oxitocina por protocolo; es decir, que en cuanto una parturienta llega al centro se le administra oxitocina química a través de un goteo intravenoso."
Enciclopedia Médica y Psicológica de la Familia
Es decir, las ganas que tienes de toquetearle la cara a un bebé no tiene tanto que ver con el volumen de sus mofletes (que también), ni por su sonrisa que dice "cómeme" o por esos mini pies adorables que se llevan a la boca en un alarde de flexibilidad pasmosa. No. No y sí, porque esto también influirá, pero es debido en gran parte a la "oxitocina".
Esta forma de ser de los bebés, el estar hechos para "gustar" es algo que he corroborado estas últimas semanas con Lucía (la escritora del libro no, la niña que he cuidado en agosto), que es puro amor. Con 23 meses (esto de decir la edad en meses y no en años es muy de madre, a mí me hace gracia y me desconcierta, pero cierto es que muchas de las tallas de ropa infantil vienen así), unos rizos rubios que ni la mismísima Ricitos de Oro y una sonrisa permanente con unos dientes del tamaño de lentejas, es todavía lo que se puede considerar un bebé aunque ya camine como un kamikaze y empiece a "hablar".
Digo esto porque soy testigo a diario del interés que despierta en cualquiera que se cruce en su camino allá a donde vayamos. Nada más subirnos al tranvía (o subir yo, porque Lucía va en su carrito cómodamente sin preocuparse de la logística de los desplazamientos ajena a mi agobio momentáneo) sobran manos voluntarias para ayudarme a subir/bajar y/o acomodar el carro donde no moleste; y sé que no soy yo la causante del despliegue, sino Lucía con sus rizos y su sonrisa de bebé resplandeciente que conquista a todo aquel que se ponga por delante.
Mientras le voy dando conversación o cantando, todo el vagón a nuestro alrededor se ha quedado prendado con la niña. Es alucinante, se me hace raro que los pasajeros del tram desvíen su atención del móvil para dedicar una mirada con tanta ternura al bebé de los rizos. Ella sabe que gusta, que es muy lista, y se deja querer encantada de la vida.
Pañales, chupete, carrito, biberón y ese olor a Nenuco concentrado que desprende de la cabeza hasta cuando el pañal pide a gritos un cambio urgente. Habla poco, palabras sueltas que pronuncia perfectamente como "mamá", "sí", "no", "vamos" y "cholas" (ahí, ahí, que se note su mitad canaria) y luego otras en un idioma ininteligible bebé que acabas entendiendo a base de afinar el oído.
Hoy nos hemos despedido, ella sin ser consciente de que no volveré el lunes para darle los buenos días y llevarla a la piscina, yo sí, pero es más fácil cuando te dicen adiós con una sonrisa. ¡Cuanto tenemos que aprender de los niños!
Hoy nos hemos despedido, ella sin ser consciente de que no volveré el lunes para darle los buenos días y llevarla a la piscina, yo sí, pero es más fácil cuando te dicen adiós con una sonrisa. ¡Cuanto tenemos que aprender de los niños!
"Ocuparse de ti me hace feliz no sólo por la oxitocina o el efecto Bambi o
porque estés diseñada para gustar. También porque está demostrado que
proporcionar felicidad o consuelo a alguien también hace feliz a quien lo ofrece."
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"Porque siempre hay que volver a eso, a esa infancia que la mayor parte del tiempo nos llena el alma sin que nosotros mismos nos demos cuenta y que, sin embargo, tiene mayor importancia para nuestra felicidad que los días que vivimos ya adultos, pues ésos los vivimos siempre a través de ella, y no es sino la infancia la que asigna su pasajera grandeza a cada minuto que disfrutamos."
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"—Pero es que la vida en sí misma es un milagro —añade el viejo—. Un
milagro en equilibrio."
Hoy suena Wonderwall.
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