domingo, 28 de octubre de 2012

La campagne française


El campo, la tranquilidad, el piar de los pájaros y el aroma del césped recién cortado… Qué bucólico, idílico y maravilloso no? Pues no… Eso para quien le guste. La contraposición es el olor a mierda constante que se te pega hasta lo más interno y profundo de las fosas nasales; yo soy urbanita, me gusta (y necesito) la ciudad, el ruido de los coches, la contaminación acústica, lumínica y el agobio de las calles mas transitadas en hora punta. Para mí despejarse es bajar a la calle, (con sus respectivas aceras) ver gente, y sobre todo, movimiento, escuchar el bullicio y pasear entre miradas anónimas.

Como si de un chiste se tratase, ayer a las 13:00 estábamos subiéndonos al coche con la señora de la familia Tere, Yvonne, Mariena y yo. Dos españolas, un indonés (sí, Yvonne es un chico) y una croata. Días antes, la madame nos había ofrecido ir el sábado a una granja, y nosotras dijimos que sí, más por cumplir que por otra cosa, pero también hacíamos algo diferente, y todo sea por conocer el mayor número de sitios posibles en nuestra estancia.

Ataviados con bufandas, guantes, gorros y más capas que una cebolla, nos subimos al coche sin saber a dónde íbamos ni cuánto íbamos a tardar en llegar a nuestro destino. Para nuestra sorpresa la primera parada fue en un pueblo recóndito. Hacía un frío que pelaba (sensación térmica negativa, según accuweather) y aparcados a las puertas de un cementerio. Me recorrió un escalofrío por toda mi espina dorsal. Mientras avanzábamos hacia la tumba de los padres de la madame, nos contaba que se acercaba Toussaint y que siempre era su hermana la que limpiaba la tumba de sus progenitores, y que este año le tocaba a ella. Le hice una foto para que viérais la cantidad de cosas que ponen encima de las tumbas, yo nunca lo había visto en España, me parece una horterada supina.




Ni corta ni perezosa, sacó del maletero del coche dos macetas llenas de flores y un cubo con un estropajo. A Tere le tocó llenar una garrafa de agua y mientras la madame limpiaba a conciencia, Mariena y yo arrancábamos flores secas de las plantas. Yo no daba crédito a esa estampa tan particular. Cada uno de su padre y de su madre nos mirábamos sin saber ni qué decirnos. Al acabar la faena volvimos al coche, yo no me quité ni los guantes ¡qué frío! Me hubiera puesto encima un abrigo de visón y seguiría teniendo frío.

Otra vez en marcha no hacíamos más que pasar caminos y carreteras con vacas y ovejas a ambos lados. Eran unos paisajes igualitos que los de Galicia, así que para mí no era ningún descubrimiento. Mientas tanto la señora nos iba explicando cosas y nosotros escuchábamos atentos como si estuviéramos en una excursión del cole. Sentadas detrás íbamos Tere, yo en el medio, y Mariena, que nos contó que sus padres habían ido a Santiago de Compostela a ver al Papa y que ella había estado en las JMJ de Madrid (y en las de Sydney también). Nos dijo que había visitado Barcelona y Zaragoza y que le gustaba mucho España, además, nos explicó como apunte, que sabía decir algunas palabras en español porque en su país veía telenovelas. “Mujerzuela” “te quiero mucho” “no la mates” y “vieja bruja” fueron los vocablos que salieron de su boca, y Tere y yo a carcajada limpia. Surrealista.

Después de la hora y media en el coche, llegamos a nuestro destino: la granja. Nada más abrir la puerta del coche una bofetada del olor más repugnante nos sacudió en toda la cara. Eso sí, todo muy bonito, verde y francés. Allí viven y trabajan unos amigos de la señora de mi familia, que nos recibieron muy amablemente y nos enseñaron todas las instalaciones.

El atractivo de la granja era los cochons (cerdos), que tienen más de 2.000. Entramos en un edificio de pasillo interminable con puertas a ambos lados, en cada puerta una estancia diferente con cerdos de varias edades, tamaños y demás selecciones. La primera puerta que abrió la señora dejó paso a cerditos de 2 días, diminutos y rosas allí estaban haciendo un ruido increíble y desprendiendo un olor mareante. Tere había llevado la réflex por lo que yo dejé la mía en casa. Ella se adentró en esa habitación, en la que hacía calor incubadora, para hacer fotos más de cerca y la señora cogió un mini cerdo y le pareció buena idea ponérselo en los brazos. Tere con un cerdito en el colo (regazo, para los castellanoparlantes) y una cara digna de foto, me mira y me dice con cara de socorro, “¿quieres cogerlo tú?” oferta que yo rechacé con mucho gusto, no quería tocar esos bichos ni con un palo. Ya me estaba debatiendo a vida o muerte respirando en un guante y tratando de no mirar mucho a las cantidades de telas de araña que decoraban tenebrosamente las paredes. No sé el tiempo que duró la visita exactamente, pero tenía la garganta tan seca y llevaba tanto tiempo sin respirar por la nariz que pensé que se me iba a olvidar como hacerlo.













El cochon favorito de Tere

La señora granjera iba abriendo puertas y nosotras asomábamos la cabeza y asentíamos. Había tanta mierda y olía tan mal que yo sólo me preguntaba “¿en qué momento aceptaste esta invitación?”. Entonces me daba la risa y arcadas al mismo tiempo del olor tan fuerte.

Tras ver cerdos, pasamos a las vacas y vimos como una máquina las ordeñaba. La mierda también era la protagonista de estos grandes animales. Ivonne, Mariena, Tere y yo delante del cacharro ordeñador viendo como un bidón de leche se llenaba a cada apretón de ubre.






Yvonne, Tere y Mariena


Mariena y yo


Mientras, la señora ataviada con un palo les gritaba y zurraba a las vacas “¡aller! ¡Aller!” para que fueran pasando y elegir a la que tuviera más leche. Como la pasarela Cibeles pero de vacas, que si una negra, otra blanca, otra marroncita…  Ivonne y Mariena estudian una ingeniería y se van a dedicar al campo de la leche y sus transformaciones, usos y demás, por lo que la señora les explicaba cosas que a ellos les pudiera interesar. Yo sólo podía ver la cara de la “vaca que ríe” por todos lados.






Una vaca adorable con los morritos manchados

Finalizada la visita nos despedimos de las vacas, salimos a fuera a ver el resto de instalaciones. También trabajan con maíz y tienen un motor que abastece de electricidad a todo el recinto, el resto de explicación de biomasa y potencia me la pasé mirando a mi alrededor porque no me estaba enterando de nada. Entramos a ver el motor, espectacular por cierto, y la señora granjera le puso fin al paseo. Nos invitó a entrar en su casa y allí tomamos un café y un trozo de pastel. La casa increíble, super acogedora y muy bonita, casa campestre pero con buen gusto.










 Mi cara de oler mierda captada por Tere

Cuando pasamos la frontera de la puerta me atreví a respirar por la nariz, qué asco momentáneo. Allí por lo menos el olor era más light. Nos quitamos el abrigo y yo tuve la genial idea de olerlo. No sólo el abrigo era lo que apestaba, lo del pelo no tenía nombre, y la bufanda y los guantes lo mismo. Cuando nos subimos al coche para volver a Angers, Tere y yo no podíamos apoyarnos una en otra porque nos olía el pelo a putrefacción. Los 5 desprendíamos un olor rural que daba gusto. Tere se recogió el pelo porque el hecho de que rozase la cara era asqueroso. Días antes de la visita, el señor de la familia se reía de nosotras y farfullaba cosas de los “cochons”, ya entiendo las risas.

En quince minutos de trayecto, todos nos quedamos dormidos en el coche como si la madame fuera nuestra mamá. Cuando me desperté hasta había soñado. La visita a la granja toda una experiencia, que no la recordaba así cuando era con el cole e íbamos a hacer pan, pero algo más para apuntar a esta aventura. Los paisajes franceses son verdes e impresiona su extensión, en el horizonte parece que no puede haber una ciudad cercana.

Cuando llegamos a Angers, Tere y yo salimos pitando directas al Super U. Ayer era el cumple de Flora y teníamos cena en casa a las nueve con su respectiva tarta casera de cumpleaños. Al habernos ido a la granja a la una, no habíamos ni comido, y cuando llegamos eran las siete de la tarde, total que entre hacer la cena, la tarta, poner la mesa y la más que obligatoria ducha, eran ya las nueve y nos moríamos de hambre. Pero la historia de la noche se merece una entrada propia en este blog ;)

Espero que os haya gustado, besos rurales!

2 comentarios:

  1. Te reconozco como digna hija de tu madre, jajajajaaja...que peste se debía respirar en una granja con dos mil cerditos aaajjjjj!!!. el campo para los bucólicos y románticos, la ciudad pamí que me gusta mucho. Besos

    ResponderEliminar
  2. Realmente hay que reconocer que la mierda de 2000 cerdos tiene que apestarBesos

    ResponderEliminar