martes, 6 de enero de 2015

Viena - remember Erasmus

Antes de irme de Barcelona le hice una visita a mi mejor amigo, que está de Erasmus en Viena. Además de que me apetecía mucho conocer la capital austríaca, se lo había prometido y le debía la visita; así que no lo dudé y me fui una semana entera a ver a Brais y a conocer la Viena más turística, la que se engalana para celebrar la Navidad.

Me alegro de haber ido tantos días y en esta época del año tan especial porque la ciudad tiene mucho que ver, y pudimos organizarnos y distribuir el tiempo con calma. Hace un par de años fui de viaje a Praga y Budapest, íbamos a hacer el típico Praga-Viena-Budapest pero decidimos sacrificar una para conocer las otras dos más a fondo, y no ver las tres por encima. Ahora me alegro de haber dejado Viena para más adelante, porque un par de días no me hubieran llegado ni para empezar.

Vueling oferta conexión directa El Prat-Viena así que fue muy cómodo y fácil (y barato, todo sea dicho) llegar hasta allí, lo difícil fue hacer el equipaje para una semana en una maleta de mano diminuta, entre los jerseys gorditos de invierno, llevar un calzado extra, el neceser y los líquidos reducidos, la reflex... la odisea de todos los que viajamos low cost.

Llena de capas como una cebolla me planté en la puerta de embarque sudando después del despelote habitual en el control de seguridad, entre descalzarme, sacarme capas, volver a calzarme y volver a vestirme, tenía un calor tan insoportable que solo podía soñar con teletransportarme a Viena y sentir frío, el frío que necesitaba en ese momento (ya me arrepentiría después...).

Con el abrigo atado en la maleta, la bufanda enrollada en la mochila y las gafas de sol (mis últimos minutos de sol y cielo azul hasta dentro de una semana), esperé hasta que se abrió la puerta y me "acomodé" en el avión al lado de dos señoras tipo "madre estándar". Dos horas y algo de vuelo que me las pasé durmiendo y leyendo y aterrizamos.

Del calorcito barcelonés al frío más penetrante que había sentido nunca. Nada más salir del avión sentí como la piel de mi cara se ponía tersa de congelación y me costaba articular los dedos para escribir el mensaje reglamentario de que había llegado. Saqué el gorro y los guantes de la maleta y salí a coger el tren que me llevaría a Praterstern.

Mientras me debatía entre seguir un indicador de un trenecito u otro de un tren más rollo metro, me di cuenta de que las señoras que iban a mi lado en el avión estaban detrás de mí escudriñando los letreros con cara de desesperación mientras comparaban con las anotaciones que llevaban en un folio. Me acerqué a ellas, les pregunté si iba a coger el tren y allá nos fuimos las tres juntas a sacar los billetes. La verdad es que me vino bien la compañía, llevaba varias horas sin articular palabra y empezaba a ser frustrante la conversación conmigo misma.

Les expliqué lo que me había dicho Brais que tenía que hacer y resultó que íbamos en la misma dirección, pero yo tendría que bajarme una parada después. Así que cogimos el tren juntas y de camino me contaban que iban a ver a sus respectivas hijas, que estaban de prácticas en Viena. Las dos tenían mi edad y habían estudiado periodismo en Barcelona, ya empecé a agobiarme internamente por mi futuro incierto.

El trayecto desde el aeropuerto al centro de Viena duró unos 20 minutos, al llegar a mi parada allí estaba Brais esperándome, con la nariz más roja que la de Rudolph y con un gorrito granate, me dio la sensación de que hacía siglos que no lo veía, cuando no habían pasado más que tres meses.

Tras el abrazo de reencuentro nos fuimos directamente al metro para dejar la maleta en su residencia, parada de Messe Prater de la línea 2 de color morado, me acuerdo porque coincide con la mía de Barcelona, de hecho la línea 1 también es roja y empecé a pensar que igual los colores de las líneas de metro eran universales, pero no, pura coincidencia.

En la zona en la que vive Brais se encuentran el edificio que acoge las ferias y congresos, el parque del Prater, un parque de atracciones donde está la noria más emblemática de la ciudad y, por último, el campus universitario de la WU Wien, que es una auténtica pasada, cada edificio es diferente y cada uno más increíble que el anterior.

Como los temas arquitectónicos no son lo mío, he buscado información más rigurosa, y he descubierto que el campus está diseñado como “Walk Along Park”, ¿ni idea de lo que es esto, no? yo tampoco, así que todo explicado aquí (y fotos). Yo flipaba porque además de tener un supermercado hay una discoteca! Se lo montan mal los austríacos...

No hice fotos de los exteriores porque los días que pasamos por allí no llevaba cámara, o llovía, o tenía demasiado frío como para sacarla del bolso; pero esto es el interior de uno de los edificios, más concretamente la biblioteca.





Estudiar aquí es otro nivel. La WU Wien es la contraposición de la Universidad de Viena, que fue fundada en 1365 y es una de las universidades más antiguas de Europa. Se encuentra dentro del ring, el anillo central que delimita el centro de la ciudad. Entramos a ver uno de los edificios principales, muy señorial, techos altos, escalinatas imponentes y una biblioteca digna de Hogwarts.

Presidiendo el hall había un árbol de navidad al que no le faltaba ningún detalle, y en el pasillo de los bustos eminencias como Sigmund Freud, Erwin Schrödinger o Christian Doppler.









Dejando las universidades a un lado y centrándonos en uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad: la Ópera. Simplemente no hay palabras para ella, el edificio por fuera no es nada impresionante, pero dentro te sobrecogen los cuadros, las lámparas, la escalinata y las alfombras. Vimos un ballet que nos gustó mucho, se nos hicieron cortas las 3 horas y tuvimos suerte de no estar mucho tiempo haciendo cola, porque eso sí que es otro cantar.

Turistas llegados de todas las partes del mundo quieren vivir en directo la grandiosidad de la Ópera de Viena sin arruinarse, como nosotros; por lo que si quieres ir con entradas asequibles hay que estar haciendo cola como mínimo una hora antes de que se pongan a la venta. Después esperar a que sea la hora de la ópera/ballet y poder entrar, así que al final te tiras allí una tarde entera, pero merece la pena.




Además de la visita a la Universidad y la Ópera, otra cosa que recomiendo a todos los amantes del chocolate y de la repostería en general, es probar la tarta Sacher en el hotel homónimo. El trocito de tarta cuesta unos 6€, pero quizás sea la primera y última vez que la puedas comer in situ, para mí merece la pena el desembolso; cultura gastronómica, ya se sabe.

Si tienes suerte como tuvimos nosotros a lo mejor no tienes que esperar mucho tiempo en la puerta y te sientan rápido. El café Sacher es una estancia lujosa con lámparas colgantes de cristal, cuadros grandes con rostros conocidos, espejos, mesas redondas de lo que yo creo que era mármol blanco, sillas y sofás con tapizados en granate idénticos a la moqueta del suelo. 

Según donde te ubiquen el precio a pagar será uno u otro, las esquinas son más caras que el centro y el sofá más que las sillas. Esto a modo de curiosidad, ya que lo averiguamos gracias a la conversación que tuvo una anciana con la camarera ante su sorpresa en la cuenta. El ropero es obligatorio y dentro de cada WC tienes un lavamanos particular (siempre voy al baño de todo local al que entro, curiosidad).


Además de la tarta, me cansé de comer Kugel Mozart, unos bombones redondos de chocolate con el careto del músico en el envoltorio que están rellenos de mazapán. Según Brais no conocía a nadie que le gustasen, a mí me sabían a gloria, pero es que creo que todo lo que tiene chocolate me gusta.

Y eso sin nombrar todavía la "kase krainer", que es una salchicha ENORME rellena de queso que se vende en puestos callejeros. Haber las hay de varios tipos, pero mi amor eterno por el queso  hizo que sólo quisiera probar esta. El resultado es un perrito caliente cojonudo en un pan similar al de la "barra normal" española, barato y un tentempié perfecto para sobrevivir al frío vienés. La puedes pedir con salsa y te la rellenan con ketchup, mostaza o lo que quieras... Perdí la cuenta de cuantas me comí durante la semana porque la verdad estaban buenísimas. Cuestan alrededor de 3.50-6€ y se podían encontrar en cualquiera de los mercados de navidad, además de los puestos que están abiertos todo el año. 

El buen turista cuando va a un país nuevo tiene que probar la comida típica y comer lo que comen los oriundos. Para mi sorpresa en Viena el plato más famoso es la "Wiener Schnitzel" lo que aquí llamamos "milanesa", también hacen "gulash", "un plato especiado, elaborado con carne porcina, cebollas, pimiento y pimentón, originario de Hungría, aunque se encuentran variantes de este estofado en los países vecinos" (wikipedia) yo el gulash lo comí en Praga y en Budapest así que no tuve especial interés en repetirlo en Viena. Con la tarta, los bombones, las kase krainer y las milanesas chegoume.

Una noche salimos a cenar a un restaurante con comida vienesa y la presentación de las milanesas fue esta: clavadas a lo largo de la hoja de una espada, todo a lo grande.


Además de comer, también nos cansamos de beber, sobre todo cerveza. Probé una bebida ASQUEROSA a base de vino dulce CALIENTE con especias que se llama "Punsch" que podéis prescindir de probarlo perfectamente.

Los bares de Viena a los que fuimos (unos cuantos) me gustaron mucho, la estética, la música, la distribución... pero no soy capaz de recordar el nombre de casi ninguno, y mucho menos la ubicación, la verdad yo me dejaba guiar por Brais y sus amigos sin cuestionarme nada. Uno de los que mas me gustó (y sí que recuerdo) fue el Donau Techno, un pub nocturno que tenía butacas de cine antiguas a modo de asientos, techos altos y las paredes de piedra en la que se proyectaban imágenes que iban cambiado de formas y de colores.

La acústica era increíble y pudimos disfrutar de un dj que nos amenizó el rato. Dentro del local había un puesto de perritos calientes y hamburguesas, ¿qué más pedir?

En la semana salimos de fiesta dos días, y fuimos a dos discotecas distintas, una con música más comercial y otra undergound de música tecno, que es el rollito que le mola a los austríacos. Volksgarten ("jardín del pueblo") la primera y Grelle Forelle ("trucha brillante", creo) la segunda.

Volksgarten está emplazado en un jardín enorme en el centro de la ciudad, al ladito de una parada de metro. El sitio es muy grande, varias barras, sofacitos, ropero, pista de baile gigante y con mucho aforo. Gente joven (el menos ese día y en esa fiesta) y música bailable con canciones que al final te acabas aprendiendo porque suenan en todos lados. Como sorpresa, el techo de la discoteca se abre!

La segunda, al lado del río, recuerdo un camino bastante largo y coñazo para llegar hasta allí; salir del metro y caminar un buen rato. El local subterráneo y bastante pintoresco, colorido y extravagante. Varias estancias con música diferente. En el momento de entrar allí parecía que me había teletransportado de nuevo a Barcelona por el ambiente y la gente que había bailando.

Precio de las entradas sobre 13€ sin ningún tipo de consumición, edad mínima 21 años y ropero obligatorio en Grelle Forelle (nunca me cansaré de decir el nombre porque me parece súper gracioso). Un escándalo vaya, si es que la fiesta como en España la verdad que en ningún sitio. Además, en Viena se puede fumar en todos sitios (flipante, ¿verdad? de otro país no me sorprendería, pero de Austria...), lo que implica una neblina asquerosa nocturna en cada antro en el que asomas la nariz.

Nos lo pasamos muy bien, para mí era como volver a estar de erasmus rodeada de caras desconocidas mientras hablaban un idioma imposible de comprender y yo vivía feliz en mi mundo. Me gustó el ambiente pero siempre habrá queja de los horarios de salir, hay que adaptarse al resto de Europa cuando se está fuera y aceptar que la fiesta empieza y se termina antes.

También dedicamos gran parte del tiempo a hacer turismo, callejear y visitar iglesias, parques, palacios y "casas de". Yo ya sabía que iba a tener suerte con Brais porque perfectamente podría ser guía turístico. Gracias a él vi todo lo que había que ver de Viena y aprendí un montón de cosas interesantes, no es por pelotear que él ya sabe que lo quiero mucho.

To be continued.



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