Mientras él dormía, ajeno a sus preocupaciones y absorto en
sus sueños, ella intentaba vestirse lo más rápido posible, sin hacer ruido ni
encender la luz para irse cuanto antes de allí sin que él se lo pudiera
impedir. La luz que se colaba por debajo de la puerta le daba a la estancia un
aire extraño, como siniestro, la sombra del cabecero de la cama se proyectaba
en la pared contigua como una puerta de rejas. Su propia sombra estaba
encarcelada en ese cabecero, y es que así era como ella se sentía; presa.

Ese beso no estaba acompañado de palabras de despedida,
porque no había nada más que añadir al sello rojo de unos labios que se iban
para no volver. No había sido premeditado; era el adiós menos violento y
con más interrogantes que se le pudo ocurrir; porque siendo un poco egoísta, él
también se merecía experimentar en su propia piel el sufrimiento que ella
llevaba cargando durante mucho tiempo.
El recuerdo de lo que era un beso se quedó en ese espejo
días, semanas, meses… hasta que el propio paso del tiempo lo fue deteriorando poco a poco,
siendo borrado por completo sin que nada lo impidiese. Desapareció del espejo pero nunca de sus
recuerdos; cada noche, antes de irse a dormir, podía sentir el roce de sus
labios, el calor de su aliento y el olor de su piel.
Un minuto de silencio por todos esos besos que se han
quedado en tus labios.
Me gusta como escribes !
ResponderEliminarMuchas gracias Olga :)))
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