No le llevaba el desayuno a la cama, pero se despertaba de
buen humor y con una sonrisa, eso es una gran virtud a tener en cuenta. Él era
el primero en abandonar la cama para ir a trabajar, y la dejaba sola en su
habitación despidiéndose con un beso rápido casi imperceptible que se colaba
por las rendijas de una persiana mal cerrada. Cuando el olor de su colonia ya
no era tan intenso ella era consciente de que se había ido. Una hora más tarde
sonaba su despertador y era ella la que se levantaba. Sola, dueña absoluta de
toda la cama se desperezaba con lentitud y desayunaba de pie en la cocina.
Nunca tuvo llaves de ese piso, pero se sentía como en su casa. Sus cosas
estaban en el baño y en la habitación, incluso le pertenecía un trozo de
armario y en el cajón de la mesilla estaba lo que podía considerarse un pijama.
No se veían por la tarde, apenas hablaban, cada uno estaba
enfrascado en lo suyo, pero ninguno tenía que decir nada; las noches eran suyas
y punto. Todo se concentraba entre cuatro paredes que encerraban lo que se deja
en la intimidad. Él tenía una risa tan contagiosa como un bostezo cuando se
tiene sueño de verdad. Y entre sonrisas, besos y abrazos se robaban el sueño el
uno al otro hasta que caían rendidos de madrugada en el sopor más profundo. Podían dormirse
cada uno en un extremo de la cama, pero era seguro que amanecerían juntos.
Noche tras noche casi sin darse cuenta habían caído en una
rutina de almohada que estaba acabando con lo demás. Él se iba por la mañana y
ella se quedaba sin beso, lo estaba esperando con los ojos entreabiertos, pero
cuando escuchaba la puerta cerrarse se le venía el mundo al suelo. Entonces las
mañanas sola en ese piso ya no eran lo que fueron. Se vació el armario, en el
baño ya no estaba su cepillo de dientes y poco a poco sus cosas desaparecieron,
como si nunca hubieran estado ahí. Ya sólo se contagiaban los bostezos y la
cama parecía que había aumentado su tamaño, no se encontraban en toda la noche.
“Cuando estoy sola estoy contigo y estando contigo estoy
sola”. Después de sus palabras pusieron punto y final y las noches nunca más
fueron suyas.
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