Incertidumbre.
Esa es la palabra que mejor define la
sensación que tenía antes de poner los pies en mi casa francesa por primera
vez.
Como mi estancia aquí es de un
cuatrimestre, ninguna residencia ni ningún particular me aceptó como inquilina
para un período de tiempo tan corto. Tras mandar como cien emails, hacer todo
tipo de inscripciones a pisos y residencias y después del casi-ataque de
nervios de mi madre, decidí escribirle un correo a la coordinadora de mi
universidad francesa para decirle que me encontraba en la situación de
sintecho. La solución fue una familia.
¿Una familia? No era una de mis
opciones y mucho menos una opción de Erasmus. Y no una familia al uso, no, no,
una familia francesa. “Familia ya tengo una”, la mía, pensé yo al leer el correo
con la "fantástica" solución que me proponía la que lleva el
alojamiento de la UCO.
Cuando me vi desamparada y las
opciones que barajaba eran dormir debajo de un puente o irme con una familia,
empecé a verlo hasta buena idea. La cosa cambió al notificarme que iba a estar
en un estudio fuera de lo que es la casa de la familia. Tere en uno y yo en
otro, al ladito. MON DIEU!! La suerte que estábamos teniendo no la llegamos a
valorar hasta que llegamos aquí.
Comienza la historia. En Angers no
existen los típicos pisos de estudiantes con su salón, cocina, baños y
habitaciones. No. Los franceses tienen que hacerse notar y diferenciarse y lo
que se nos oferta son estudios con cocinita y baño. Eso del “piso” y
“compañeros de piso” son términos que no se conocen.
Los estudios son como una habitación
con todo lo necesario para sobrevivir. La cocina tiene dos hornillos
eléctricos, fregadero y un mueble blanco con dos puertas. De todos los estudios
que he visto, ninguno sale de este patrón. El baño: wc, lavabo y una ducha
pequeña no apta para entrados en kilos. La lavadora no es algo indispensable
aquí, porque tienes unas estupendas lavanderías para hacer la colada, muy
americano. El microondas o la tele, son artículos de lujo que tampoco suelen
venir incluidos en el escueto mobiliario de dichos estudios.
Ahora es cuando comprendéis el por
qué de mi suerte, o nuestra suerte, mejor dicho. Tere y yo tenemos dos estudios
(áticos, que tienen más gracia) con todo lo necesario para sobrevivir, pero
como extra, gozamos de lavadora y tele; además de microondas, cafetera y
hervidor de agua por duplicado. Neveras hay tres, no vaya a ser.
Tenemos un estudio grande en el que
cocinamos y “hacemos vida” (con lavadora) y otro más pequeño (con tele) en el
que sólo estoy para dormir y ducharme. Estaremos mes y medio cada una en un
estudio y después cambiamos, de momento nos apañamos bien. El edificio de los
estudios en el que vivimos tiene dos pisos, nosotras estamos en el segundo, y
para acceder a él tenemos que subir unas escaleras con una pendiente similar a
la del Everest, aproximadamente. Tras temer por nuestra integridad física
llegamos a un pequeño descansillo con tres puertas amarillas, numeradas del 3
al 5. Flora, nuestra vecina taiwanesa vive en el 3, Tere duerme en el 4, y yo en
el 5.
El mobiliario de ambos no es que sea
una maravilla, es funcional y punto. Armario, cómoda, mesilla de noche, cama
(que por cierto también tenemos de más) mesa grande con sillas y aparadores. En
mi estudio hay 5 sillas, en el grande 6, mejor que sobre a que falte. ¿Los
muebles? Cada uno de su padre y de su madre conforman una decoración digna de
un ciego o un daltónico, todo sea dicho. El bueno gusto no prima. Pero siendo
práctica, no hemos tenido que comprar nada, ni vajilla, ni sartenes, ni ollas
ni nada de menaje de cocina. Las escobas, cubo de la basura y tuppers también
venían en el pack completo del estudio. Añadir que el wifi estaba aquí antes
que nosotras, por lo que hemos estado comunicadas nada más llegar, otro punto a
favor.
Lo mejor de todo es que tenemos
radiadores eléctricos. Uno en el baño y otro en la habitación. Tienen una
ruedecita con la que puedes regular la temperatura del 1 al 7. El mío sólo
funciona en el 6 ó 7. No hay problema porque con el frío que hace en estas
tierras, no tenía pensado utilizarlo en menos. La sorpresa fue que un día me
olvidé de apagar el radiador y cuando llegué y abrí la puerta la sensación fue
como la de entrar en un baño turco. Hacía un calor tan sofocante que se me
abrían los poros como en una sauna. Entrar en el infierno no era nada con el calor
que hacía en mi estudio. Del frío más gélido al calor caribeño. ¡Y todo con una
ruedecita en el número 7! Por lo menos frío no voy a pasar.
Sigamos con la lavadora. La susodicha
está en francés, claro, pero bueno, nada que el sentido común no pueda conseguir.
Tras meter la ropa, echar detergente, suavizante y cerrar la puerta, giramos la
rueda, elegimos programa y on y va! La lavadora empieza a hacer ruido pero a
los 5 minutos silencio absoluto. Repetimos el proceso. Repetimos el proceso.
Nos cagamos en todo. Repetimos el proceso ¡Pero si está el agua cerrada! Cuando
ya creíamos que nos habían timado con la lavadora y estaba de adorno nos vino
la inspiración. La lavadora funciona y lava. Lo de centrifugar lo lleva peor,
nosotras también, porque con el ruido y la vibración del suelo, parece que se
acerca el fin del mundo.
Minucias aparte, estoy contenta con
mi casiña francesa, os enseño unas fotos del estudio pequeño (en el que duermo yo) para que os hagáis una idea de cómo se montan
aquí los “pisos” para estudiantes.
Muchos besos!