La culpa la tiene el mensaje de “buenas noches”, esta dependencia y ausencia de notificaciones en Whatsapp en muchas ocasiones es la culpable de que a la 1 de la mañana te descargues Tinder, la app en la que se juntan el hambre y las ganas de comer, casi literal. ¿Con qué fin? ¿Ganarte la aprobación de desconocidos en un radio predeterminado? ¿Alimentar tu ego malherido a base de “matchs”? Al final lo consigues: “buenas noxes wapa” y te quieres morir. Hasta aquí hemos llegado.
¡¡Mentira!! Del buenas noches a los buenos días y sigue la película de tu vida. La dependencia, el aburrimiento, el ansia, la tontería del “jiji-jaja” te lleva a compartir una caña con el que podría ser (de lejos y con suerte) el que sonreía en la foto que te hizo darle al corazón sin pensártelo dos veces. Aún sabiendo que "nadie es tan guapo como en su foto de perfil ni tan feo como en la foto del DNI" todos nos dejamos impresionar engañados por lo filtros de Instagram (Valencia, te quiero tanto).
Y sin tiempo casi ni de reaccionar ahí estás, sentada frente a ese chico que hace tres días era un completo desconocido y que te hace preguntarte qué coño haces asintiendo y sonriendo como una boba; escudriñando hasta el papel pintado que decora el bar y pensando cuál va a ser la excusa de turno para levantar el culo y salir corriendo en cuanto puedas escaquearte. ¿De dónde habrá salido este espécimen? ¡¡Del mismo sitio que tú!! Tampoco seamos hipócritas.
Como el ser humano es el único que tropieza dos veces con la misma piedra, se repite la hazaña, algunas salen bien pero al final borras la app y dejas de coleccionar pequeños trofeos en píldoras de ego. Te quedas sin el mensaje de "buenas noches-carita con beso de corazón", vuelves a la realidad todavía más desencantada que antes y dejas de seguir a tus amigos que solo publican selfies de besos y pasteladas con sus parejas. Empiezas a fijarte en que en tu muro de Facebook hay comportamientos repetitivos, la chica que cambia de novio como de bragas y encima hace alarde de su enamoramiento con un álbum de fotos compartido con el nuevo fichaje, después de haber borrado el anterior (álbum) con el anterior (novio).
Las dedicatorias de cumplemeses de los enamorados que no llevan ni un año de relación (lo sabes porque ellos lo cuentan y alimentan tu álter ego más cotilla porque lo dejan en bandeja) y hablan vía comentarios de lo mucho que se AMAN, las canciones de moco y pañuelo, los post de upsocl y una epidemia de imágenes que transmiten buenrollismo que ni Mr. wonderful... y ya está, ha nacido un hater más en este mundo de las relaciones digitales.
Ecuación perfecta: tres cañas de más + Adele en un bar en el que suena normalmente “pop triste” = ganas de “llamar a tu exnovia la de la escuela elemental” (frase literal de un chico italiano), para rogarle que vuelva contigo, que la quieres, que la echas de menos, que no vas a encontrar a “someone like you” y te reafirmas; no, no habrá nadie como ella/él, por la sencilla razón de que cada persona es un mundo nuevo, diferente, no se puede pretender comparar peras y manzanas aunque ambas sean frutas. Ni forma, ni color, ni sabor… pues eso.
El maldito mensaje de “buenas noches”, ese momento en el que te metes en la cama y la única luz que te ilumina es la de la pantalla, haces un repaso a tu lista de contactos y despellejas con alguna amiga al loco de turno que le está quitando el sueño y robando el tiempo con desplantes de niñato a pesar de rozar la treintena. Qué bien. Parecidos razonables, ya no eres tú la única patética que se encuentra en esa situación de serie yanki para adolescentes.
La dependencia. El móvil… que se ha convertido en el TODO por antonomasia. Es el medio por el cual los que están lejos están cerca, es tu agenda, tu cámara, las fotos que no borras para el recuerdo (sí, también cuentan las capturas de pantalla de la conversación que ya borraste), tu herramienta de trabajo, y en ocasiones lo usas para llamar…
Pero el peligro reside en que ha sustituido al despertador, la manera por la que muchos como yo duermen con él a un palmo de la cara es para poder levantarnos a una hora decente. Esa proximidad hace que el móvil sea lo último y lo primero que miremos día sí, día también. Y te autoconvences de que no puedes dejar el móvil en el bolso porque lo necesitas para poner la alarma. En la debilidad de la noche, cuando todo parece un drama, mucho más grave y triste de lo que verdaderamente es, es cuando te descargas Tinder o la cagas con mensajes que nunca debiste enviar.
¿Conclusión? Me voy a comprar un despertador.
Me ha encantado Andrea! Un abrazo!
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