A punto de cumplir dos años en la compañía para la que trabajamos sin haber podido disfrutar de vacaciones como staff, ¡al fin llegaron! El ansiado momento se tradujo en un ir y venir de destinos hasta que al final nos decidimos por Bali. Calor, playa, cultura y un destino barato fueron las variables que nos llevaron hasta Indonesia para pasar los primeros quince días de febrero lejos de la ola de frío que atravesaba Europa.
Acierto total.
Elegimos febrero por una sencilla razón, para tener más probabilidades de que nos diesen los mismos días de vacaciones a las dos. Es uno de los meses con más lluvias en Indonesia, la temperatura es estable durante todo el año (unos 30º) pero decidimos que nos la jugábamos.
Tiro de Wikipedia: "Indonesia es un país insular ubicado entre el Sudeste Asiático y Oceanía. Comprende cerca de 17.508 islas y según estadísticas del año 2015 con 255 millones de habitantes es el cuarto país más poblado del mundo. Además, Indonesia es el país con más musulmanes del planeta."
¿Cómo llegamos hasta Bali?
Volamos con Qatar Airways e hicimos Barcelona - Doha - Denpasar con una hora de escala en Doha, que aunque corriendo, fue más que suficiente. El primer vuelo fueron unas 6 horas y el siguiente 10; salimos de Barcelona el 1 de febrero y llegamos a Bali el día 2 (allí son 7h más que en España). Nuestras maletas, tanto de ida como de vuelta, las facturamos hasta el destino final.
Viajamos en economy con billetes staff, con lo cual nos plantamos a las 6 de la mañana en el aeropuerto del Prat para hacer el checkin maquilladas como si fuésemos a trabajar, peinadas, con pantalones de pinzas, zapato de vestir, blusa y jersey de punto (todo súper útil a nuestra llegada a Bali) por el estricto dresscode que Qatar exige a los tripulantes. No vamos a quejarnos porque los vuelos nos salieron tirados de precio gracias a los beneficios que tenemos por trabajar en una aerolínea, pero lo de la indumentaria para 17h de viaje fue lo más incómodo, aún así sobrevivimos.
¿Cómo organizamos el viaje?
Teníamos dos semanas por delante y aterrizamos en Bali con la primera noche de hotel y el vuelo de vuelta. Como nuestros billetes de avión eran en standby podía ser que nos quedásemos tiradas en Barcelona o en Doha y que nuestra llegada a Bali se retrasase unos días, con lo cual lo que hicimos fue improvisar. ¿Que nos apetecía quedarnos un día más en la ciudad dónde estábamos? Nos quedábamos; ¿que el sitio al que llegamos no era lo que esperábamos? Pues nos íbamos. Total flexibilidad.
Para hacer esto también necesitas un compañero de viaje al que le guste viajar así, "a la aventura", en mi caso con mi querida amiga Tati, con la que ya llevo Marruecos, Croacia y Sicilia a la espalda, sabía que no tendría ningún problema, nos adaptamos la una a la otra.
El día antes de irnos compré una guía de Bali pequeñita, en alguna de las horas muertas en el avión le íbamos echando un ojo, pero a grandes rasgos no sabíamos mucho del país ni de lo que nos íbamos a encontrar. Tati sí que había investigado un poco, pero yo iba de nuevas, el mes de enero fue frenético, no tuve tiempo de nada, y sabía que las horas de vuelo me iban a dar para llegar a Bali con la lección más que aprendida.
Resumen itinerario:
Día 1 Ida BCN - DOH - DPS
Día 2 Kuta - Playa de Kuta, Kuta Square
Día 3 Ubud - Monkey Forest, Palacio de Ubud y templos
Día 4 Ubud - Bali Swing y cascada Tegenungan
Día 5 Ubud - Arrozales de Tegallalang y Pura Tirta Empul
Día 6 de Ubud a Gili Trawangan
Día 7 Gili Trawangan
Día 8 Gili Trawangan
Día 9 de Gili Trawangan a Seminyak - Playa de Sminyak y
W Bali
Día 10 Seminyak - Potato Head Club
Día 11 Canggu - Echo Beach, Pura Batu Bolong, Finns
Beach Club
Día 12 Canggu - Tanah Lot y arrozales de Tabanan
Día 13 Jimbaran y Uluwatu - Playa de Jimbaran, Padang Padang
Día 14 Uluwatu
Día 15 Vuelta DPS - DOH - DPS
Alojamientos:
Kuta: Cara Cara Inn
Ubud: Indira Cottages
Gili Trawangan: Gili One Resort
Seminyak: Legian Village Residence
Canggu: Papillon Echo Beach
Jimbaran: Melodys Guest House
Día 1 - llegada a Bali, noche en Kuta
El primer día lo único que hicimos fue básicamente dormir, habíamos salido de Barcelona a las 8 de la mañana del día 1 de febrero y llegamos a Bali a las 9:30 de la mañana del día 2. Pero no fue tan fácil, estábamos literalmente muertas en vida, y para rematar la estampa, al llegar al hostel nos dicen que el checkin no es hasta las 14h, sin ninguna posibilidad de adelantarlo. Dejamos las maletas en recepción, nos cambiamos de ropa y nos fuimos a dar un paseo por la playa de Kuta, la más famosa de Bali y la que convirtió a la isla en una peregrinación constante de surfers de todo el mundo.
Hostel en Kuta - Cara Cara Inn |
Vaya chasco. La playa, larga y llena de locales que ofrecen clases de surf (y cerveza), estaba atestada de basura, no podías apartar la vista de la orilla porque había que ir sorteando envases de plástico, vasos y demás deshechos. Hacía un calor infernal que junto con la humedad del ambiente, el cansancio y el sueño acumulado de más de 20h despiertas hizo que nuestra primera impresión de Bali fuese horrible.
Acabamos en un centro comercial (Beachwalk Shopping Center) haciendo tiempo hasta el checkin. Se nos hizo eterno, recuerdo esa mañana como si hubiesen sido diez horas. Callejeamos por Kuta, nos llovió, atravesamos la plaza central, vagabundeamos por tiendas de souvenirs y cuando se acercaba la hora volvimos al hostel y coincidimos en recepción con un chico belga que había venido en nuestro mismo vuelo, con la misma cara de reventado que nosotras, esperando a que diesen las 14h, la hora bendita.
Ese día nos metimos en la cama y decidimos por unanimidad que a la mañana siguiente nada más terminar de desayunar, nos iríamos a Ubud, el interior de Bali, famoso por sus templos y arrozales. En Kuta no había nada que rascar, elegimos quedarnos allí la primera noche por su cercanía al aeropuerto, pero ya estaba todo visto.
Día 2 - nos vamos de Kuta, llegada a Ubud - Monkey Forest
Dormimos 16h. Nos acostamos a las dos de la tarde y abrimos el ojo sobre las 7 de la mañana porque nos moríamos de hambre. Pero ya teníamos el cuerpo adaptado al horario y estábamos como nuevas. Desayunamos en el hostel, nos dimos un baño para aprovechar la piscina y nos fuimos en Uber a Ubud (1h y media de trayecto en coche).
Nos alojamos en el corazón de la ciudad, a unos 100 metros del Sacred Monkey Forest, una densa reserva natural llena de vegetación con más de 27 hectáreas de extensión en la que se encuentran varios templos, pero que es conocida por los monos que allí habitan.
Es una atracción turística de visita obligada en Ubud, así que la primera mañana la dedicamos a adentrarnos en el corazón del bosque.
Los monitos del Monkey Forest |
Como apunte, Tati es súper animalista, creo que de nuestro viaje a Marruecos tiene más fotos de gatos callejeros que del zoco de la Medina. Cogió en brazos a una cabrita montesa en Essaouira mientras yo huía despavorida para que ninguno de esos animales me rozase ni un brazo. Ya puede haber un señor moribundo pidiendo en la calle, que ella se fijará primero (y le dará más pena) ver al perrito reventado que comparte con él su desdicha. Le gustan más los perros que los bebés, y estoy segurísima de que en el avión odia llevar a niños pequeño a bordo. Y después estoy yo, el otro extremo, adoro los bebés, me encantan los niños pequeños y me gustan los animales domésticos; es decir, perros y gatos y punto. No quiero saber nada de acariciar cabras, de darle de comer a monos y menos aún que nadie me ponga un loro gigante en un hombro. Es una mezcla entre pánico y asco, así que yo iba súper tensa al Monkey Forest pero con la confianza de tener a mi amiga de respaldo.
Primer contacto. Estamos comprando las entradas en la taquilla y cuando Tati abre su mochila para pagar, un mono aparece de la nada y se agarra (como si le fuese la vida) a la bolsa de plástico que llevaba dentro. Yo estaba a unos metros leyendo un cartel gigante en la entrada al recinto de "instrucciones" y comportamiento dentro del bosque; primera premisa "no llevar bolsas de plástico ni de papel", "no mirar a los monos a los ojos", "no darles de comer". Los gritos de Tati y su cara de pánico desencajada fue el resultado del forcejeo con el mono, que una vez acabó de ensañarse con ella se agarró a mis piernas para arrancarme la chocolatina envuelta en plástico que llevaba en la mano.
Resultado. No habíamos puesto todavía ni un pie dentro del bosque y ya nos había atacado un mono de un tamaño considerable. Habíamos contrariado todas las indicaciones que recomiendan dentro del recinto. Nos lo quitamos de encima porque uno de los guardas del bosque sacó su tirachinas (todo muy rudimentario, sí) y tras el primer impacto de la piedra cerca de sus posaderas se fue por donde había venido, sin inmutarse. Estábamos las dos pálidas y temblando como si alguien nos hubiese encañonado en la sien con una 9mm. Después del susto, de que un guiri como nosotras nos ayudase a recoger nuestras cosas del suelo y recuperar la dignidad, el guarda del bosque nos preguntó si estábamos seguras de querer entrar. Si yo ya iba acojonada, ahora me faltaba el canto de un duro para echarme a llorar. Y Tati parecido, la animalista...
Diluvio en Ubud |
Nos recompusimos y entramos. "El miedo adelgaza" me suelta la otra. Yo no tenía miedo, tenía los músculos agarrotados del pánico. Todo lo que alcanzábamos a ver desde la entrada era vegetación y monos encaramados por todos lados, subidos a los árboles, por el suelo, por los muros, dentro de los templos, haciendo guardia encima de los muros del bosque, por las escaleras... con ese comportamiento tan de humano, socializando unos con otros, comiendo con esas manitas que tienen como de persona que hacía unos segundos estaban clavándose en mis piernas desnudas... Íbamos desfilando como quien va al matadero.
Que sí, visita obligada, muy graciosos los monos. Para quien le guste, estuvimos un buen rato merodeando por allí, esquivando monos, corriendo y gritando de vez en cuando también, yo llevaba el palo de la GoPro agarrado y preparado para usarlo en cualquier momento, no me volvían a pillar de improvisto.
Dentro había un par de señoras locales que a cambio de unas cuantas rupias te dan una banana para que se la des a un mono, se te suba a la cabeza (literal) y tu amigo de turno te haga fotos con el bicho encima. Para mí era impensable ni mirarlos, después del susto inicial me estudié las normas del bosque como quien va a un examen, ni la botella de agua saqué en toda mi estancia, no fuese a ser...
Yo creo que Tati tenía sentimientos encontrados, no ayudó la primera impresión, pero a ella no se le veía tan angustiada como a mí, les hacía fotos a los monos ("tía no les mires a los ojos! Con esas manitas te van a coger el móvil"), interactuaba con ellos y acabó sentada en un columpio al lado de un monito pequeño. El bichejo tardó medio minuto en subírsele a la chepa y ponerle el rabo larguirucho en toda la cara, y con esos deditos ágiles abrirle la mochila mientras yo, paralizada en mi distancia de seguridad, le gritaba que no iba a moverme del sitio pero que le estaba robando el mono.
Yo había ido a Bali a bañarme en aguas cristalinas, a descansar, a ponerme negra, a ver templos y flipar con los arrozales, no a sufrir, y menos pagando por ello. Era como el colmo de lo absurdo, y de repente se puso a diluviar a tal nivel que nos tuvimos que ir corriendo al hotel (cuánto lo agradecí). La visita para mí fue un horror, muy bonito el enclave, los templos y tal, pero no era sitio para mí. Una vez a salvo llorábamos de risa recordando los momentazos con los monos.
Lo dicho, empezó a llover como no habíamos visto jamás (dos gallegas ¿eh? para flipar) y se nos estropearon un poco los planes. En vista de la tormenta nos compramos dos ponchos a la salida del Monkey Forest que se convirtieron en nuestro particular amuleto contra la lluvia, nos acompañaron hasta el final del viaje aunque la previsión fuese de 32º y ni una nube (desafiábamos a la Ley de Murphy, si nos pasábamos el día cargando con él no llovía, como nos lo dejásemos en el hotel diluvio asegurado).
Palacio de Ubud. Ojo a las bolsas en la cabeza de las de la izquierda. |
Después de cambiarnos, interiorizar que no iba a parar de llover y una búsqueda en TripAdvisor, nos fuimos a comer a "De'wa Rung", en la misma calle del Monkey Forest y al lado de nuestro hotel. Pasamos la tarde metidas en los ponchos; fuimos al Palacio de Ubud y a ver templos por la ciudad. Callejeamos de arriba abajo por las tres "avenidas" principales hasta sabérnoslas de memoria y nos quedamos maravilladas en una callecita peatonal (Jl. Gootama) llena de tiendas monísimas, bares, cafés y restaurantes, así que aprovechamos para cenar en el primero que nos entrase por los ojos, elegimos "Sambal Matah".
A partir de aquí decidimos que nuestro itinerario iba a ser marcado por el sol, allí donde estuviese despejado y no diluviase allí nos íbamos. Porque a pesar de no tener un plan definido teníamos claro que queríamos pasar varios días en las Islas Gili, un archipiélago en la costa de Lombok a hora y media de barco de Bali.
Día 3 - Ubud. Bali Swing y cascada Tegenungan
Tuvimos suerte, el cielo nos daba una tregua, lucía el sol y hacía un calor infernal. Este día fue un poco "caprichito"; contratamos un tour (el "romático" concretamente) en el que un chófer nos venía a recoger al hotel en un Volkswagen cabrio "vintage", íbamos a un pseudo "parque de atracciones" (por llamarle algo) de columpios gigantes y después a una catarata a chapotear un rato. Todos los desplazamientos los hicimos melena al viento en el fantástico coche donde nos quemamos como novatas.
Lo de los columpios sin más la verdad, la mayoría del público era femenino, los pocos chicos que había allí eran los fotógrafos esclavizados de sus respectivas novias. Había un montón de Tatis y Andreas de diferentes partes del mundo, las americanas, las japos, las francesas... mismo patrón de comportamiento; columpiarte un rato, hacerte la foto y pa'casa. En nuestro caso rendimos buena cuenta porque teníamos incluida la comida y nos quedamos solas probando todo tipo de rarezas que teníamos a nuestra disposición.
El paisaje era alucinante, en medio de la jungla columpios de diferentes alturas, 5, 15 metros... la sensación de vaivén era de absoluta paz y libertad, sobra decir que no es apto para quien tenga vértigo. Sin ir más lejos antes de entrar tuvimos que firmar un documento aceptando que podríamos morir allí, con un número de contacto de algún familiar; lo mejor fue la reacción de Tati "pues yo voy a poner el de mi hermano, porque como llamen a mi madre, a ver cómo se entera de lo que le cuentan en el idioma de esta gente".
Cuando nos cansamos de columpiarnos (y de comer) pusimos rumbo con nuestro conductor particular hacia la cascada Tegenungan. No recuerdo cuánto duró el trayecto, pero estábamos en la gloria atravesando arrozales, tempos y jungla en general. Todo TAN verde, precioso. Un verde brillante y vivo, el resultado de tanta lluvia y tanto calor.
Una vez aparcadas nos dispusimos a bajar el montón de escaleras que había hasta llegar a la cascada. Pasamos parte de la tarde bañándonos y tomando algo en los bares que hay a los pies de cascada.
Día 4 - Ubud. Terrazas de arroz de Tegallalang y Pura Tirta Empul.
La suerte siguió de nuestra parte y cuando nos despertamos el cielo lucía azul. Decidimos ir bastante recatadas a pasear por las terrazas de arroz ya que después iríamos a visitar el templo de Tirta Empul, y como no teníamos mucha idea del nivel de "recatadez" exigido pues mejor con pantalones largos.
Vaya cagada. ¡Qué calor! Subiendo y bajando por esas terrazas me sentía como en un circuito de Pekín Express. La verdad que la conclusión de este día fue que estábamos (y estamos) en una forma física lamentable, muchos tacones, mucho paseo por los aviones y aeropuertos de arriba para abajo, pero el par de horas que estuvimos serpenteando por los arrozales llevábamos una sudada encima que ni saliendo de un baño turco.
Llegamos desde nuestro hotel hasta allí en Uber, caminamos unos metros y enseguida vimos las terrazas desde la carretera. Fichamos un columpio con unas vistas envidiables y raudas y veloces empezamos a bajar para hacer alguna foto desde allí.
Habíamos leído que para entrar en los arrozales y pasear no había que pagar entrada, pero que por algún tramo había que dejar algún "donativo" a los lugareños. Como las casetas de los "donativos" están colocadas estratégicamente cortando el paso, o pagas o te das la vuelta y vuelves por donde has venido; así que fuimos soltando billetes hasta llegar a lo que consideramos el final del recorrido.
Lo de ir con pantalones largos fue un acierto en el sentido de que para subir y bajar (y en alguna ocasión escalar) es mucho más práctico y cómodo que ir embutida en unos shorts o con una faldita que te deja todo el alma al aire. Una vez recuperamos el aliento pudimos apreciar las vistas desde la cima del arrozal.
Pero todo lo que sube ha de bajar... así que nos armamos de valor para deshacer el camino andado y volver al punto de partida para poner rumbo al templo Tirta Empul.
Día 4 - Ubud. Terrazas de arroz de Tegallalang y Pura Tirta Empul.
La suerte siguió de nuestra parte y cuando nos despertamos el cielo lucía azul. Decidimos ir bastante recatadas a pasear por las terrazas de arroz ya que después iríamos a visitar el templo de Tirta Empul, y como no teníamos mucha idea del nivel de "recatadez" exigido pues mejor con pantalones largos.
Vaya cagada. ¡Qué calor! Subiendo y bajando por esas terrazas me sentía como en un circuito de Pekín Express. La verdad que la conclusión de este día fue que estábamos (y estamos) en una forma física lamentable, muchos tacones, mucho paseo por los aviones y aeropuertos de arriba para abajo, pero el par de horas que estuvimos serpenteando por los arrozales llevábamos una sudada encima que ni saliendo de un baño turco.
Llegamos desde nuestro hotel hasta allí en Uber, caminamos unos metros y enseguida vimos las terrazas desde la carretera. Fichamos un columpio con unas vistas envidiables y raudas y veloces empezamos a bajar para hacer alguna foto desde allí.
Habíamos leído que para entrar en los arrozales y pasear no había que pagar entrada, pero que por algún tramo había que dejar algún "donativo" a los lugareños. Como las casetas de los "donativos" están colocadas estratégicamente cortando el paso, o pagas o te das la vuelta y vuelves por donde has venido; así que fuimos soltando billetes hasta llegar a lo que consideramos el final del recorrido.
Lo de ir con pantalones largos fue un acierto en el sentido de que para subir y bajar (y en alguna ocasión escalar) es mucho más práctico y cómodo que ir embutida en unos shorts o con una faldita que te deja todo el alma al aire. Una vez recuperamos el aliento pudimos apreciar las vistas desde la cima del arrozal.
Pero todo lo que sube ha de bajar... así que nos armamos de valor para deshacer el camino andado y volver al punto de partida para poner rumbo al templo Tirta Empul.
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