Era un reclamo, como las bañeras con patas tan bonitas que hacen que te imagines el cuarto de baño idílico de un hotel cinco estrellas. Pero a la vez tan poco funcional que una pierna mal apoyada en el borde haría que volcase y se quedase completamente vacía, como tú al principio. Sin hablar del desastre implícito de mojarlo todo de una manera tan penosa; tu propio peso lo ha desmoronado y lo ha convertido en un charco de lavanda y jazmín.
Pero te gusta ese olor, no te cansa, te relaja y se te hace familiar, es el olor de estar en casa aunque sea un completo desastre con la cama sin hacer y un montón de ropa apilada sin colocar en el armario.
Era ese tipo de caos, el del desorden controlado que se maneja y no te importa porque no molesta. Que revoluciona y aturde.
Era escaparate, verborrea y gracia.
Eran tus ganas de no estar con nadie más.
Era.
Y se fue.
Y se fue.