sábado, 20 de febrero de 2016

"Fofisanos" y "gordibuenas"

"Pastel para fans del chocolate".
Si os contase lo que me gusta el chocolate en todas sus formas, texturas y colores y lo feliz que me hace igual pensaríais que tengo un problema, pero sé que no, muchos estáis en las mismas que yo. Si lo primero que miras de una carta cuando te sientas en un restaurante son los postres para localizar la tarta tres chocolates, el coulant o el mousse de turno, bienvenido a mi club.

Lo bueno de proclamarse y asumir que eres una adicta al chocolate es que la gente de tu entorno lo sabe y cuando se acaba la navidad tu eres la destinataria de todo el Suchard que les sobra en casa (gracias madrina). Además nunca fallarán a la hora de hacerte una tarta de cumpleaños (gracias Martín) o traerte unas galletas de una visita a Alemania (gracias Fabian)… y es que no hay duda alguna, a mi déjate de flores, ¡bombones! (gracias Carmen y Juan).

Aunque después lo pienso fríamente y lo que me gusta el queso también es preocupante, esto ya sin meterme a concretar con platos o comidas específicas (sí, pizza). Por eso fui muy feliz viviendo en Francia comiendo galettes y crêpes, las primeras saladas llenas de queso y las segundas dulces a tope de nutella. Tampoco tendría problema viviendo en Italia, entre pizza, pasta, parmigiano y gelatos… Y este verano en Bélgica comprando bombones Godiva como quien va a por caramelos al súper tampoco había queja… unos van a probar cervezas, otros a lo nuestro. Si es que ya se sabe, “existen dos tipos de comida: a las que se le puede echar queso y a las que se le puede echar chocolate".

Lo malo de esto, si engordas hasta con el aire como es mi caso, es que hay que intercalar mucho brócoli, coliflor y judías de por medio si quiero seguir usando toda la ropa que tengo en el armario. Esto ya sin contar hacer ejercicio para contrarrestar el atracón bien merecido algún día de la semana. Cuántas veces he deseado poder teletransportarme y comer sin engordar, benditos los privilegiados de metabolismo acelerado. Yo he desistido, me proclamo adicta al chocolate, al queso, a los viajes, a Instagram y “fofisana”, es todo mucho más fácil, en serio.

Porque te pones a pensar y al final que si las “grasas buenas” del aguacate, la avena en el desayuno, las semillas de Chía en el yogurt 0%, las infusiones de cola de caballo, el té, unas gotas de limón en el agua, la leche de soja, el azúcar moreno, la piña, las nueces… la hora de cardio, las series de pesas, estiramientos y los circuitos de Kayla Itsines. Las planchas y las sentadillas. ¡No nos olvidemos de los abdominales!.

Algunas semanas me cuesta incorporarme de la cama de lo que me duele todo el cuerpo, una agujetas… que hasta sufro para reírme a carcajada limpia. Pero bueno, mejor hacer algo todos los días que estar a dieta, porque tras varios días comiendo aburridas ensaladas aderezadas con “”””queso”””” ligth para darle un poco de alegría (es como comer corcho, solo por la impresión deberíais probarlo), te planteas el suicidio como opción (es broma, estoy exagerando, que eso también me gusta mucho).

La coña es que a veces, sobre todo cuando ceno sola, me sorprendo a mí misma mirando al horizonte de mi cocina (no muy lejano por cierto) mientras me como el yogurt 0% de turno con una cucharilla de café (para que me dure más, trucos de veterana) y al acabar tengo más hambre que antes y acabo cenando dos veces. La vida. 
Algunos meses tengo más fuerza de voluntad que otros, sobre todo después de percances en tiendas de ropa, porque hay que ser optimista siempre, para todo, hasta para las tallas de Inditex.

“Hay que ser optimista”, eso pensé yo cuando en el probador de Suite Blanco me quedé atrapada en un vestido de abalorios talla XS que casi me impide llegar a tiempo a la cena que tenía con mis amigos esa noche. Tampoco estaría de más ser realista, pero diré en mi defensa que parecía bastante grande, una S o incluso una M, además era de estos flojos con una goma en la cintura. Me vine arriba porque estaba al 70%, porque en realidad no cupe en una XS ni cuando era una niña, así que ahora con 24 años y más kilos el resultado era auténticamente bochornoso, si encima le sumamos que me dejé la camiseta que llevaba ese día puesta (pereza), el efecto no era muy glamuroso.

Lo peor ya no era lo mal que me quedaba el vestido, que puesto en mí se había convertido en un horror de saldo, el verdadero problema era quitármelo sin ayuda en un cubículo de 2m con 4 halógenos encima calentándome la nuca y haciéndome sudar el maquillaje… ¡socorro!. Yo que siempre rajo de las cara-colacao que dejan las prendas blancas de Zara hechas un cristo, iba a hacer lo mismo en un vestido, menos mal que era negro y disimula un poco.

Mi primer pensamiento de auxilio fue Cris, como ya habíamos quedado para que dejase sus cosas en mi casa, era factible llamarla para que viniera a socorrerme al probador, porque después de varios minutos forcejeando conmigo misma sin reventar el vestido, tenía claro que no iba a salir de ahí a pedirle ayuda a una dependienta, antes salía de la tienda con el vestido puesto y pasaba por caja acercando la etiqueta al escáner manteniendo la poca dignidad que me iba a quedar en ese momento.

No sé el tiempo que pasé en el probador, seguro que no mucho, eso sí, a mí se me hizo eterno, me dio tiempo hasta a imaginarme como protagonista en un capítulo de Girls de lo patética que estaba siendo la situación. Al final conseguí salir del vestido sin romperlo, pero poniendo en práctica una serie de movimientos contorsionistas que hacían que se me quedase pequeño el probador… Una vez liberada y ya en la calle sólo podía pensar en las sabias palabras de Sara, “ir de compras es lo peor, solo constatas que has engordado y encima tienes que verte con esa luz de los probadores que saca lo peor de ti”.


Amén ¡y que vivan las L's y XL's!

1 comentario:

  1. a mi también me encanta comer :) ¡Qué viva la talla L bonita! :) :)

    un besito desde EsenciadeNerea.

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